No es televisión, es Barry
ante un tapiz de personajes extraordinario que, y esto es lo más fascinante de todo, comparten una misma ficción pero a la vez juegan en ligas tonales y temáticas muy diferentes. Barry contiene muchas series, y todas ellas funcionan. Seguramente por su valentía: atreviéndose a seguir añadiendo ingredientes al puchero, encontrándose a sí misma, en su tercera temporada la ficción creada por Bill Hader y Alec Berg ha logrado un equilibrio que solo se puede calificar de admirable.
Porque en ella hay, claro, esa combinación de drama de cocción lenta, humor negro violento y asuntos de la mafia que encontramos también en Better Call Saul, por ejemplo, pero también, y sobre todo a partir de esta tercera temporada, una maravillosa sátira del mundo de la ficción televisiva contemporánea, de las políticas de las plataformas de video on demand, del sufrido trabajo del showrunner. No queremos desvelar demasiado, pero digamos que el componente metalingüístico se lleva a un siguiente nivel en esta temporada, que narra, entre muchas otras cosas, el proceso de producción de una serie.
n ese sentido, Barry halla oro en esta temporada en tramas tan absurdas, pero tan lógicas en el extraño universo de la serie, como la de Fuches, cuyo debate entre hacer lo correcto o entregarse a sus peores instintos, entre aislarse del mundo o retornar a lo urbano, bebe del tono mítico del western y es a la vez una lección de comedia absurda.
El mérito es, claro está, de la impecable escritura y dirección de la serie, que ha encontrado un tono único a medio camino entre el distanciamiento de los Coen, la disciplina narrativa de Vince Gilligan y compañía y los inesperados viajes al absurdo de la escuela BoJack Horseman. Un día viendo “The Sopranos" leí una trivia que decía que Bill Hader se había inspirado en ese episodio de Sopranos para crear la serie “Barry”. Aquel único comentario me inspiró a ver la serie completa, pues no solo me estaba encantando aquel episodio que transcurría la vida de Chris Moltisanti, sino que mezclaba dos sub-géneros que me encantan del cine, el crimen organizado y el metacine, por lo que necesitaba ver de qué se trataba Barry.
“Barry” es humor negro puro, con una grandiosa premisa sobre un sicario que se obsesiona con la idea de poder ser actor, la serie comienza a ocultar sus verdades para ponerlas a flote poco a poco. Como con muchas grandes comedias, sus mejores momentos son aquellos destellos de drama donde es inevitable la combustión.
Hacer interpreta un personaje para quien es inexistente el sarcasmo y por momentos se encuentra en el espectro. Es aquella psicótica interpretación que nos permite verdaderamente disfrutar los momentos en que sí hay conflicto en el personaje. Anthony Carrigan como Noho Hank y Henry Winkler como Gene Cousineau son impresionantes, pueden sentirse caricaturescos por momentos, pero es tan solo la introducción a algo mucho más que el comic relief.
Solo me imagino lo hilarante que debe ser “Barry” para los verdaderos actores en formación en Los Ángeles y el resto del mundo, donde todo es ridiculizado de manera inteligente y sutil, desde las audiciones, hasta las interpretaciones exageradas, trabajar vs. propósito, el extravagante mundo de los agentes, la suerte, y la vida entre el teatro y el cine. Desde su primer episodio, sin embargo, “Barry” no se resguarda ningún golpe y le da protagonismo a lo que va a estar cuestionando el accionar de su personaje principal por su audiencia. En su tono dramático también toma de “Breaking Bad”, lo que inevitablemente la hace desgarradora en sus momentos finales. Pronto diré algo sobre su segunda entrega, pero definitivamente recomendada.