Los Simpson, una de las series más icónicas de la televisión, comenzó como una sátira aguda de la familia estadounidense promedio, con personajes llenos de matices y humanidad. Sin embargo, a lo largo de las temporadas, ha sufrido un deterioro progresivo que ha dejado a sus protagonistas convertidos en meras caricaturas de sí mismos, perdiendo la chispa y profundidad que los hacía entrañables y relevantes.
Homero Simpson, en las primeras temporadas, era un padre torpe pero bien intencionado, con momentos de sorprendente ternura y sabiduría accidental. Hoy, ha degenerado en una estupidez que roza lo inhumano. Ya no es un hombre común con errores, sino un bufón sin propósito, cuyo comportamiento absurdo e incoherente ha perdido cualquier atisbo de empatía o realismo. Su decadencia ha sido tan marcada que incluso ha arrastrado consigo a otros personajes.
Bart, el eterno niño rebelde, ha dejado de ser un símbolo de irreverencia con encanto para convertirse en un accesorio irrelevante. Su rebeldía ya no es graciosa ni provocadora, y su humor ha perdido efectividad. Se ha vuelto más tonto, más plano, y esto en gran parte se debe a la figura de su padre: el Homero moderno no es un mal ejemplo, es una mala influencia que ha vaciado a Bart de todo contenido interesante.
Marge, alguna vez el centro moral de la familia, ha sido transformada en una figura excesivamente sobreprotectora, en ocasiones sofocante y sin el equilibrio que la caracterizaba. Su inteligencia emocional ha sido relegada en favor de situaciones absurdas o roles secundarios. Ya no representa el corazón firme de la familia, sino una madre que se diluye en la exageración.
Lisa, por su parte, ha sido víctima del narcisismo intelectual que antes combatía. Lo que empezó como una niña precoz, curiosa y compasiva, se ha tornado en un personaje cargado de ego, siempre deseosa de tener la razón, incluso si eso significa dejar de lado los valores éticos que alguna vez la definieron. Su crecimiento como símbolo progresista ha sido empañado por un tono arrogante que la aleja de la audiencia en lugar de inspirarla.