La luz que no puedes ver parte de una doble imposibilidad muy productiva: la joven Marie-Laure (la debutante Aria Mia Loberti) vive escondida en la Saint-Malo durante los días inmediatamente anteriores a la llegada del bando aliado, emitiendo señales de radio por si alguna vez su padre, o su tío, vuelven a buscarla. Además, es ciega. No poder ver y no poder moverse son quizás las dos mayores lacras a las que podemos someter a la imagen en movimiento, y al mismo tiempo dos condicionantes que, abordados con valentía, pueden convertir cualquier historia –cualquiera– en un bravo ensayo acerca de cómo sentimos, física y emocionalmente.
Hemos visto grandes películas agudizadas por la imposibilidad, desde Lars von Trier (Dogville, Bailando en la oscuridad) a Eskil Vogt (Blind). Aun sin haber leído la novela homónima de Anthony Doerr, Pulitzer de ficción en 2015, podemos augurar que la serie que sobre el texto han adaptado Steven Knight (Peaky Blinders) y Shawn Levy (La llegada) queda muy corta, en lo que podría haber sido, y con respecto a los estándares que la pareja de showrunners han elevado durante sus carreras. A Marie Laure la persigue el sargento Reinhold von Rumpel, un villano especialista en joyas (interpretado por uno de los rostros recurrentes del imaginario nazi en el cine contemporáneo, Lars Eidinger), que busca para el ejército alemán una piedra preciosa de poderes fantásticos.
En su transmisión de radio (ilegal) diaria, Marie-Laure se encarga de pasar códigos en clave al bando aliado. Por ello, en realidad a Marie-Laure la busca casi todo el mundo, desde su tío Étienne (Hugh Laurie, disfrazado tras una barba prominente), encargado de pasarle los mensajes, pasando por Reinhold von Rumpel, hasta un soldado alemán (Louis Hofmann, la cara buena por defecto de la Alemania nazi por Bajo la arena o El falsificador de pasaportes) que de pequeño seguía el mismo programa radiofónico de ciencia que ella. El gran arco de la serie la encontrará escapando de un pilla-pilla sin tregua, encerrado dentro de las murallas de una ciudad bajo el asedio. Pero su huida no se parece en nada a la que su padre (Mark Ruffalo, esforzándose por ser monísimo) le enseñó a preparar, tanteando con las puntas de los dedos las fachadas diminutas de la maqueta de la ciudad que guardaba en un museo de París.
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Primero, porque el sonido (esa metáfora sobre “la luz que no puedes ver”, traedor de esperanza gracias a los mensajes de la niña) parece ser la última de las preocupaciones de una serie que prioriza una buena explosión a focalizar nuestro oído, de forma que vivamos el universo diegético como ella. Entre la música ominosa de James Newton Howard (El caballero oscuro), siempre acertado, y el estallar constante de las bombas sobre los tejados, poco espacio queda para dibujar paisajes sonoros realmente interesantes alrededor de la pobre Marie-Laure.
Tampoco aprovecha la temporalidad extrañísima de estos últimos días antes de la reconquista del bando aliado, cuando la ciudad es bombardeada noche tras noche, hasta que las tropas alemanas abandonen el puesto. Este es un contexto muy complejo emocionalmente: por un lado, la esperanza de una victoria que desde el presente conocemos bien, y por otro, la destrucción ingente que el ejército aliado justifica como daño colateral. ¿Podría Shawn Levy, director, haber acompasado de alguna forma este pasar extraño de las horas a una historia que principalmente va sobre el frágil equilibrio de la esperanza? En cambio, parece que la trama no avanza, se precipita. Los personajes están siempre al borde de la muerte, siempre son salvados a último minuto… Lo cual no es inherentemente malo, sólo que al rato se vuelve poco memorable.
Y “poco memorable” no es una expresión que esperábamos utilizar para referirnos al material original o al plantel creativo que la serie lleva detrás.
