Ojos Bien Abiertos, Oídos Bien Sellados
“Ghost In The Shell” tiene adaptación live-action a manos de la productora y distribuidora Hollywoodense, Paramount Pictures. La centenaria compañía se hizo con los derechos de las Sagradas Escrituras del cyberpunk con la convicción de dar el pistolazo de salida a su propia franquicia fundamentada en el cosmos del manga oriental, poniendo como frente a una de las actrices mejor dotadas de la actualidad actoral. El largometraje es la segunda obra por parte de su director Rupert Sanders, y la tercera interpretación de Johansson como heroína, después de su fulgurante actuación en “Lucy” y en la vigorosa saga de los “Avengers” de Marvel. Así y todo el anime nipón ya había sido materializado por el ganador de una Palma y un León de Oro Mamoru Oshii en un par de ocasiones y la suma final es de hecho admirable en todos los sentidos, llega la primera aparición en carne y hueso (metafóricamente hablando) de Motoko Kusanagi, una hibrido cyborg-humano dirigente de un grupo elite de operaciones encubiertas bautizado como «Sección 9», ha sido concebida con el fin de socorrer a los indefensos, y maguer manifiesta los tópicos de la máquina con inteligencia propia que salva a la humanidad de otras aciagas máquinas y pone de tapete un encadenamiento de consecuencias éticas y filosóficas sobre su pasado y su futuro, el trabajo de Sanders, demasiado escrupuloso a las viñetas de la fuente de referencia, se siente como una progresión de tinos que refrescan el improductivo devenir creativo.
A simple vista, todos infirieren que lugar de la balanza se lleva los encomios. Los efectos visuales y el diseño de producción efectúan a cabalidad lo que se proponían, suscitando una inmersión a fondo en esa urbe futurista no muy lejana que bebe respetuosamente de clásicos de ciencia ficción como “Blade Runner” de Ridley Scott o “Minority Report” de Steven Speilberg. Era una completa insania trasladar la mayoría de portentos de la biblia cyberpunk a la acción real, teniendo en cuenta que deberían superponerse a dos mayúsculos óbices: el primero es la dificultad que encierra el fabricar fielmente cada noción del mundo en el que se basa, carácter elaborado con amplia maestría por los lucidos directores artísticos, quienes gastaron meses enteros haciendo a mano muchos de los elementos que se ven en pantalla, potenciando aún más su meritoria labor; y la segunda, emanciparse de la manía norteamericana acerca de maximizar hasta el más anodino rasgo, extraviando los rudimentos y elementos de la cultura base. Aunque los artistas desarraigan las tradiciones más notorias de la patria oriental, convencen del empoderamiento tempestuoso de las ciencias tecnologías en nuestro diario vivir. Si un proyecto cinematográfico fuera considerado obra maestra por la gloria de sus gráficos, el trabajo de Paramount obtendría el galardón sin tardar, es una delectación dejarse llevar por la primorosa destreza del realizador: el apartado visual. Lo había expuesto medio crudo en su opera prima, ahora patentiza a tiempo completo sus saberes mediante geishas robóticas siniestras, una paleta de colores matizados que representan el centelleo de la abstracción social, las contiendas coreografiadas y las emocionantes secuencias de acción que se benefician del tiempo bala y de las mágicas distorsiones sonoras para conseguir el impacto deseado al pie de la letra, la atmosfera tecnológica no se pierde ni en el mas fútil fragmento, todo aquí concuerda, una avenencia que tiene un poder y una armonía que demanda ser contemplada en una pantalla grande.
Considerando que la historia tiene signaturas de tres disonantes guionistas, era más que ostensible que la trama, basada en el comic de Masamune Shirow, iba a estar saturada de un complejo de propuestas y pareceres distintos, con resoluciones que no mantienen un término en común. Si bien, el trio de escritores fue muy respetuoso extrayendo el esqueleto vital del manga y las películas, palian la carga metafísica a montones, quizás no fue pensado a la ligera, ya que tenían que exhibir de manera flexible, afable y seductora una obra que fue la madre para muchos de los trabajos audiovisuales de cuestionamientos existenciales de la actualidad (“Ex Machina” “Her” o “Westworld”), en otras palabras, ¿adaptar es modernizar o conservar el nombre de un clásico ontológico de ciencia ficción?. Esto conlleva a que el filme en cuestión, no consiga obtener el mismo golpe emocional y reflexivo que el celuloide de 1995, optando por presentar mínimos antecedentes en el prólogo, meditabundos instantes en donde Johansson posiblemente rumia que y/o quien es y ese es todo el ambiente ideológico implantado, un incidente más en que Hollywood sustituye hondura narrativa por armas e impresiones flagrantes que alimentan al ojo, mas no a la mente, claro está, un caso menos enfático, pero a fin de cuentas, un caso más, y no los culpo, ya que los verdaderos culpables de tal tendencia son los mismos espectadores, que creen que el cine es diversión pasajera, es algo “entretenido”, algo transitorio.
Siendo una de los filmes contemporáneos con más repercusiones retributivas por el tan polémico “whitewashing”, se puede determinar (nuevamente) que es un espantajo completamente infundado. Tal vez los vehementes seguidores deseen que la adaptación se acople a sus demandas y fantasías, pero con el monstruo americano como patrón, era de esperarse que una súper estrella fuera quien protagonizara la cinta. En primera instancia, fue Margot Robbie la seleccionada para el protagónico, no obstante, finalmente y con muy buena suerte, Scarlett Johansson aceptó interpretar a la dama de guerra. Temeraria actuación que hace la actriz de “Under the Skin” como The Major, es ella quien permite que la audiencia siga peregrina la historia, pero hasta cierto punto, ya que siquiera la interpretación encantadora de Johansson como un cybor-humano consigue romper las cadenas de las resoluciones tópicas. La capaz mujer obtiene lo que cualquiera actriz asiática del momento pudo haber conseguido con el papel, e inclusive mucho más.
“Ghost In The Shell” es lacerada por el saudade que encierra a la cinta original, a pesar de ello, tratándola como producto independiente, es una adaptación más que digna de la película de 1995; rehace un par de cosas por aquí, reproduce idénticamente otro par por allá, sin embargo, disparatadamente, es otro largometraje que Hollywood realiza de manera medianamente triunfal. Esta historia de orígenes seria el acceso directo a la franquicia redituable y vigorosa que Scarlett Johansson estaba buscando y que Marvel no le ha querido dispensar, pero teniendo como fundamento los ingresos monetarios de los últimos días, tristemente, se concluye que el público estadounidense, uno de los más fervientes consumidores fílmicos, literalmente le ha dado la espalda, y eso no es nada bueno. Suavizando con disimulo la carga sexual y destrozando sin disimulo el alma inherentemente filosófica de la historia original, Rupert Sanders efectúa un blockbuster poco inteligente, que se concentra en presentar de forma magnifica a The Major, establecer un enemigo con rencores morales, una final y pare de contar. Empero, las actuaciones y el apartado técnico son de alto octanaje, prendan de veras y logran codificar en nuestras mentes un mensaje: ansias por más “Ghost In The Shell”. Poco factible seria, pero si en una cuestionable secuela se reconstruyen las falencias narrativas presentes en esta, fidedignamente sería la obra cumbre dentro de todas las competidoras, pero por el momento, al menos en lo visual, ya está dando pasos agigantados.