Cuando te topas con que hay límites a tu originalidad
Siempre es un shock tomarse con los límites de la propia originalidad. Sea consciente o inconscientemente, tenemos referencias en nuestra mentes que acaban apareciendo de una manera u otra en lo que hacemos. O, a veces, sucede que algo tan grande y loco como Hollywood puede resultar imparodiable porque ya ha sucedido lo más absurdo.
Joel Coen e Ethan Coen sin duda creyeron que podían capturar la enajenante realidad de los estudios del Hollywood dorado con algo demasiado absurdo para ser real. Bloqueados en la escritura de otro proyecto, los hermanos cineastas empezaron una nueva idea sobre un escrito con bloqueo creativo mientras es absorbido por los grandes estudios de cine, además de enfrentarse al peligro de un misterioso vecino de habitación de hotel. Esa película era Barton Fink.
La realidad golpea duro
La pareja de cineastas pensaron que sería divertido imaginar a un autor aclamado e influyente como William Faulkner metido en el loco mundo de Hollywood, frustrado constantemente con un encargo que estaba a priori por debajo de su nivel. En un alarde de malicia, pensaron que sería una parodia perfecta poner al personaje de John Turturro en la tesitura de tener que escribir una película de boxeo de serie B para una estrella como Wallace Beery.
En su plena efervescencia creativa, los Coen consideraron que habían dado con algo original y atrevido. La realidad les disipó la ilusión, viendo como lo que concibieron como un chiste resultó ser una película que ya existió. “Nos decepcionó un poco que ya hubiera algo así” expresaron los hermanos en una entrevista al toparse con algo como Flesh, una película olvidada de 1931.
Rodaron un tráiler de una película que todavía no existía y se lo mostraron a un grupo de dentistas: luego se convirtieron en cineastas veneradosNo sólo es una película de boxeo protagonizada por Wallace Beery, dirigida por un John Ford que estuvo tan decepcionado con el resultado que trató de borrar la película de la existencia, sino que Faulkner fue participe de su creación. El autor realizó reescrituras (no acreditadas) que hicieron de Barton Fink algo demasiado real y, en palabras de los Coen, “algo prosaico”.
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