Cuando en 1968 El planeta de los simios se convirtió en un exitazo social y de taquilla, inmediatamente en Fox empezaron a pensar en su secuela inmediata, a pesar de que la película tenía un final definitivo, con la Estatua de la Libertad y el mítico discurso de Charlton Heston. De hecho, Regreso al planeta de los simios marcaba el final definitivo de la saga, cuando su protagonista lanzaba una bomba nuclear y acababa con el planeta. La idea la dio el propio Heston, que no tenía ninguna intención de volver a la saga, pero, mientras tanto, en los estudios ya se estaban planteando la tercera parte.
Doctor Zaius, Doctor Zaius
Huida del Planeta de los Simios tenía que enfrentarse a la destrucción de ese mundo, así que hizo un truco de mago: mandó a dos simios que habían escapado en una nave espacial a 1973 gracias a un agujero de gusano que les hacía viajar en el tiempo. A partir de aquí, la saga solo se va volviendo más y más loca, hasta un final que, viendo El reino del planeta de los simios, es al que parece que también nos movemos. Pero con muchísimo más presupuesto, claro.
Sin embargo, en su día, la bomba nuclear era no solo un comentario sobre la Guerra Fría, sino también una excusa perfecta para despedirse de los personajes. Su nombre, Alpha-Omega, el principio y el fin. Y curiosamente, en La guerra del Planeta de los Simios, la tercera parte de la nueva saga, los humanos que se enfrenten a los monos tienen un nombre: Alpha-Omega. Puestos a homenajear, es tan aleatorio como maravilloso.
Debo reconocer que soy muy fan de las secuelas originales de El planeta de los simios, que iban aumentando en creatividad cuanto más bajaba el presupuesto. La última, La batalla por el planeta de los simios, apenas costó 1,7 millones de dólares en 1973 y dio por finalizada la franquicia (series de televisión aparte) hasta que Tim Burton decidiera revivirla más de 25 años después. Pero esa es otra historia.