Surgido en los años 50 como parte de la reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial, el estilo arquitectónico brutalista se caracterizaba por edificios imponentes de diseño minimalista, a menudo construidos con materiales como hormigón y ladrillo expuesto, sin grandes acabados y con formas geométricas básicas. Aunque surgido como respuesta a la necesidad del momento y siempre en el punto de mira de detractores que criticaban su simpleza y frialdad, el movimiento brutalista se extendió durante varias décadas e incluso recientemente experimentaría un resurgir.
Aunque a grandes pinceladas, la contextualización del brutalismo nos viene como anillo para hablar de The Brutalist, la película dirigida por el antes actor Brady Corbet y protagonizada por Adrien Brody que ya cautivó en su paso por festivales -con el León de Plata en Venecia a Mejor dirección- y que ya es considerada, merecidamente, una de las mejores películas de 2025.

The Brutalist no es una película fácil. Por un lado, porque el arte de la arquitectura, por interesante y fascinante que sea, a menudo no es, por su complejidad, fuente de inspiración para proyectos cinematográficos; pero también porque el largometraje, cuyo equipo quiso llevar a pantalla sin prescindir ni del más mínimo fotograma que considerasen necesario para un mejor resultado, tiene una duración de nada más y nada menos que de tres horas y media, 215 minutos, para ser exactos.
Para sorpresa de algunos, sin embargo, ninguna de las dos cosas juega en su contra: en la película, la arquitectura funciona como una herramienta para ubicar la historia en su contexto histórico y también a su protagonista, László Tóth (Adrien Brody), un superviviente del holocausto, en este caso húngaro, que, como tantos en el pasado, tuvieron que dejar atrás su hogar y su país para comenzar una nueva vida en Estados Unidos.
Tóth, un personaje ficticio creado para la película que se antoja tan real que inevitablemente ha hecho surgir la vida de muchos, era un arquitecto brillante antes de que la guerra y la ocupación nazi se lo arrebataran todo. Sin saber si su mujer Erzsébet (Felicity Jones) y su sobrina Zsófia (Raffey Cassidy) siguen con vida, el arquitecto llega a Nueva York con una mezcla de ilusión y desasosiego para rápidamente trasladarse a Philadelphia y recibir la ayuda de un primo suyo, que lleva años afincado allí regentando una tienda de muebles. Allí surge su primera gran oportunidad profesional, cuando el hijo de un adinerado magnate, Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), les encarga el rediseño de la biblioteca de su padre. Aunque al principio las cosas no salen bien y László termina despedido, en la calle y sobreviviendo como obrero de la construcción y una fuerte adicción a la morfina, Van Buren volverá a su encuentro para ofrecerle la oportunidad de su vida: construir el edificio más imponente que nunca hubiera podido imaginar.

Y aquí es donde entra la adecuidad de la longitud del filme, puesto que, aunque se trate de una decisión arriesgada, se ajusta a la arquitectura de la propia película de una forma que es fácil abrazar como espectador. The Brutalist se estructura en dos partes perfectamente diferenciadas y su comentado interludio de 15 minutos, tiene perfecto sentido mucho más allá de dar un descanso al espectador.
Mientras la primera parte, "El enigma de la llegada", comienza a construir la historia de László a través del mito del sueño americano, la segunda, sitúa al protagonista seis años después de su llegada a los Estados Unidos, aparentemente en camino de conseguirlo. Sin embargo, el aparentemente ambicioso futuro que parece abrirse ante el protagonista no tarda en revelar la realidad de la inmigración, las diferencias de las clases sociales, las estructuras de poder y la exclusión social al tiempo que funciona a la perfección como una poderosa reflexión sobre las injusticias que vivieron tantos de los supervivientes de uno de los peores males sufridos por la humanidad y cómo otros supieron aprovecharse de ello para su propio beneficio.
Con una factura visual excelente repleta de escenas poderosas que aún no he conseguido -ni quiero- borrar de mi cabeza The Brutalist es una película absolutamente inspiradora, que habla de sueños y de oportunidades, de talento y ambición, aún en la decadencia, pero que a la vez es profundamente destructiva, sobrecogedora y cruel. Y sí: definitivamente merece cada instante de tu tiempo.