Cuando los 4.000 pasajeros que viajaban a bordo del Carnival Triumph, un crucero de más de 270 metros de eslora que hacía un viaje de ida y vuelta de cuatro días desde Galveston (Texas) a Cozumel (México), comenzaron sus vacaciones en el invierno de 2013, no imaginaban que el lujoso viaje iba a convertirse en una auténtica pesadilla. Pero lo fue. El 10 de febrero de ese mismo año, ya en el tramo de regreso, se produjo de madrugada un incendio en la sala de máquinas de popa que fue extinguido con rapidez, pero que causó problemas inmediatos en el crucero.
El incendio no había dejado víctimas ni heridos, pero sí dañó gravemente los cables que alimentaban el crucero, que perdió potencia y propulsión y acabó quedando varado durante casi una semana en el Golfo de México. Con los inodoros desbordados, las aguas residuales comenzaron a acumularse en las zonas de cubierta de pasajeros, provocando una situación no solo desagradable, sino absolutamente insalubre.
El aparatoso incidente y las escatológicas consecuencias llamaron rápidamente la atención de la prensa, que apodó al Carnival Triumph como "El crucero de la caca". Mientras trataba de solucionarse el problema y remolcar el barco hasta la costa para llevar a todos sus pasajeros a tierra firme, otros barcos se acercaron al crucero para llevar alimentos, pero la situación a bordo fue completamente caótica.
Ahora, el desagradable incidente es el protagonista de su propia película documental en Netflix, que, bajo el título Fiasco total: El crucero de la caca, ha debutado en la plataforma por la puerta grande. En apenas dos días en el catálogo, la película ya es la segunda más vista a nivel global.
A lo largo de sus 55 minutos de duración, la película relata todo lo sucedido en el interior del barco desde el fatídico incidente a través de los testimonios de varios testigos, como miembros de la propia tripulación, pasajeros y representantes de la empresa del crucero en aquel momento.
Y sus testimonios no tienen desperdicio. Al principio, la solución para abordar que los inodoros no estuvieran funcionando debido al fallo eléctrico fue repartir unas bolsas rojas en las que los pasajeros hicieran sus necesidades, pero, ya desde la primera noche, todos se dieron cuenta de que tenían un problema. El olor era nauseabundo, no todo el mundo las usaba y en los baños había "lasañas de caca". Todo empeoró cuando los urinarios comenzaron a desbordarse y el barco se llenó de aguas fecales: "Caminabas por un pasillo y, de repente, ¡chof, chof, chof!... Estábamos caminando sobre excrementos", relata uno de los pasajeros.
Además, la ausencia provocó problemas con los alimentos, la falta de aire acondicionado hacía imposible dormir en los camarotes y el caos se apoderó de algunas personas de forma que algunos pasajeros incluso tuvieron relaciones sexuales al aire libre.
Una vez controlada la situación, la empresa Carnival tuvo que indemnizar a todos los pasajeros y realizó una renovación de toda la flota, además de cambiar el nombre del crucero, pero aquellos que lo vivieron nunca olvidarán aquel viaje.