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    Cannes 2019: Bong Joon-ho sale ovacionado por la comedia negrísima 'Parasite'

    Xavier Dolan irrita y decepciona con su 'Matthias et Maxime'. El cine gallego también podría recoger un galardón en Un Certain Regard gracias a 'O que arde' de Oliver Laxe.

    Bong Joon-ho prácticamente nunca defrauda. Barking Dog (2000) fue un descubrimiento alucinante, en la línea de los 'hits' asiáticos del cambio de siglo. Memories Of Murder (2003) hizo historia en el criminal, nada que envidiar a David Fincher. The Host (2006) fue una 'monster movie' absolutamente inesperada, confirmándolo como uno de los grandes cineastas de nuestro tiempo. Tras ellos vinieron un drama finísimo -Mother (2009)-, una distopía social que marcaba su salto a Hollywood -Snowpiercer (2013)- y la comedia (loquísima) ecológica Okja (2017), probablemente, su película más desigual, pero aún así nos gusta. Así que sabíamos que Parasite iba a ser uno de los platos fuertes de Cannes, para colmo, servido justo después de la opípara película de Quentin Tarantino. Pero aún así, Bong, ha resistido la envestida del lanzallamas tarantiniano; así que aún existen más razones para aplaudir.

    En Parasite el cineasta vuelve a abordar la lucha de clases desde una perspectiva absolutamente magnífica: una familia de clase baja -viven en un subsuelo con el único oficio de hacer cajas de pizza (mal hechas)- decide infiltrarse al completo (padre, madre, hijo, hija) como sirvientes dentro de una mansión haciendo ver que no se conocen los unos a los otros. Lo que parece un juego algo perverso acaba convirtiéndose en un delirio de suspense nivel Hitchcock que acaba por derrocar los valores sociales como bien hacía Buñuel cuando lanzó Viridiana (1961) a la España franquista (Viridiana fue Palma de Oro en Cannes, por cierto). Película endiablada e imprevisible, que se enreda con inteligencia y volante de luxe y que posee unos golpes de efecto que han arrancado aplausos espontáneos del público durante la proyección (algo muy raro de ver en Cannes; aunque estoy ya lo había dicho, ¿no?) (ya no me queda cabeza para casi nada), Parasite va a enloquecer a los fans de Bong. Y a los fans del gran cine en general. Cannes es duro, y sé que me quejo muchísimo (no me lo paran de decir), pero uno acaba por sobrevivir (y regresar año tras año) gracias a películas como ésta.

    Alejandro G. Calvo

    Intensito Dolan

    Cannes vio nacer como cineasta a Xavier Dolan, que lo petó en 2009 en la Quincena de Realizadores con su ópera prima He matado a mi madre. El quebequés se ha convertido en una presencia más o menos regular de la Competición Oficial, donde ha acudido esta vez con su octavo largometraje Matthias et Maxime, una nueva incursión en el melodrama de alta intensidad mucho menos conseguida que títulos anteriores como Laurence Anyways (2012) o Mommy (2014). La película arranca como uno de esos dramas de reencuentro de amigos para centrarse en la relación entre dos de ellos, los Matthias (Gabriel D'Almeida Freitas) y Maxime (el propio Dolan) del título que descubren, cuando se ven obligados a interpretar a una pareja de amantes en un filme 'amateur', que sienten una inesperada atracción el uno por el otro. La película resigue el tormento que esto le supone sobre todo a Matthias, un hombre joven con una vida convencional que no sabe cómo aceptar sus propios sentimientos, sobre todo en este momento en que Maxime está a punto de marcharse a vivir a Australia. Matthias et Maxime recoge buena parte de los elementos tradicionales del cine de Dolan, desde una relación materno-filial de lo más tóxica a un especial interés por las emociones de sus personajes masculinos. Pero lo hace en un melodrama irregular, con momentos francamente irritantes (otro de sus rasgos identificativos, pero aquí demasiado acentuado), un exceso de autocomplaciencia melodramática en el dibujo del personaje de Maxime (que incluso tiene una mancha en la cara que subraya su dolor interior) y una falta de inspiración que se traduce en que el filme ni tan siquiera ofrece uno de esos grandes momentos musicales imprescindibles en todas sus películas

    Galicia en llamas

    “Es la primera vez que una película hablada en gallego concursa en el Festival de Cannes”, constataba Oliver Laxe en la presentación de su tercer largometraje O que arde en Un Certain Regard, el concurso paralelo al de la Palma de Oro. El certamen francés también ha visto crecer a este cineasta, que se dio a conocer en 2010 con Todos vós sodes capitáns en la Quincena de Realizadores, y presentó su segundo largo, Mimosas (2016) en la Semana de la Crítica. O que arde arranca con una secuencia de un poderío visual impresionante en medio de un bosque donde una serie de eucaliptos (especie invasora en la zona) caen uno tras otro en medio de la noche. La relación entre el ser humano y el entorno natural como base de su idiosincrasia atraviesa la mayor parte de este nuevo cine gallego que triunfa en los festivales de todo el mundo. Pero hasta el momento ninguna película había abordado de forma explícita la cuestión de la piromanía criminal que arrasa los bosques de ese país cada año. Tras la mágica secuencia inicial, nos encontramos con el protagonista del filme, Amador, un pirómano que regresa a la casa de su madre Benedicta después de pasar un tiempo en prisión. La película no pretende juzgar al personaje, más bien permanece atenta a su difícil proceso de reconexión con un entorno que, paradójicamente, conoce mejor que nadie. A través de Amador y Benedicta, O que arde incide desde una perspectiva naturalista en las dificultades que afronta la vida rural de la zona. Hasta que, en otra secuencia que rima con la del inicio, el estallido real de un incendio contra el que combaten bomberos y lugareños otorga todo el protagonismo a este poder destructivo del fuego, registrado por las cámaras desde una peligrosa cercanía. Con O que arde, Oliver Laxe presenta su filme más accesible y cercano sin que eso le suponga ninguna renuncia artística.

    Eulàlia Iglesias

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