Adorado y odiado e incomprendido a partes iguales, Albert Serra es uno de los creadores más libres del panorama contemporáneo. De Honor de caballería a Història de la meva mort y La muerte de Luis XIV, sus historias oscilan entre los temas mundanos y los sublimes. También sucede en Liberté, su nueva película y reconocida en el Festival de Cannes–Un certain regard con el Premio especial del jurado en la última edición del certamen.
Liberté es una apuesta única que hay que experimentar en la sala de cine. Basada en la obra teatral homónima, que se metamorforseó asimismo en instalación museística bajo el nombre de Personalien, el filme nos sitúa en 1774, años antes de la Revolución Francesa, y en un bosque perdido entre Francia y Alemania, para seguir a varios aristócratas libertinos en una noche de deseo y festín orgiástico. En el reparto, el mítico Helmut Berger, Marc Susini, Iliana Zabeth junto a habituales del cine de Serra como Montse Triola (Història de la meva mort) y Lluís Serrat (Roi Soleil).
Nuestro crítico Philipp Engel dice de Liberté que "si la propuesta nos deja mal cuerpo –ese mal cuerpo tan profundamente contemporáneo–, la experiencia se revela gratificante, incluso emocionante, pues certifica la supervivencia de un cine libre, y sobre todo absolutamente inmersivo (como lo fue para los espectadores de antaño, que no miran el móvil a media proyección), en parte por su capacidad de llevarnos por la senda de lo imprevisible". No te pierdas la entrevista con Albert Serra a continuación.
'Liberté’ nace como obra teatral, luego, instalación, y ahora es una película. Cada formato requería una puesta en escena específica, y quería preguntarte cómo has ido trabajando cada uno de los proyectos.
Albert Serra– Todo fue saliendo de forma natural. De hecho, una cosa apareció después de la otra, aunque no se pensó en si la obra de teatro iba a tener una continuidad como instalación y película. Cada paso no incluía el siguiente. Sobre la película, pues el cine tiene su propio lenguaje y, con respecto a la instalación y la obra de teatro, la cámara permite un acercarse más, los planos cerrados, los puntos de vista, la confusión, el ritmo… Muchas cosas que en el teatro no se pueden controlar porque es un punto de vista muy unívoco, estático y frontal. Además, la tensión entre lo sonoro y lo visual, unas discordancias que en el cine se pueden trabajar mucho. Hay un elemento que sí se mantiene de la obra teatral, y es algo que tenía muy claro que quería conservar, y es esa sensación de estar viendo algo en presente como en una obra de teatro. Porque lo que está pasando en la imagen, en la escena, te interpela, te absorbe de una manera muy directa y como si fuera en tiempo real. Y la única manera de hacerlo era a través de unas imágenes que realmente se desplacen de la pantalla hasta tocar la intimidad del espectador. En la justa medida, y honestamente lo digo, creo que lo he conseguido. Un espectador, en un pase en Francia, me dijo tras finalizar el filme: “si algo me ha dado esta película es el haber podido recuperar el sentido de una proyección pública”.
‘Liberté’ lleva hacia el extremo el vínculo entre voyerismo y cine.
Albert Serra– La película interpela a cada uno en su intimidad, y en parte se debe al tema de la desnudez, que a cada uno de nosotros nos afecta de manera diferente. También la sexualidad y el placer. Con Liberté, nos convertimos en unos mirones más pero la película también te escruta con respecto a lo que sientes al mirar esas imágenes. Y la confusión que todo ello te provoca también creo que es bonita. Porque está lo que ves, lo que no ves, lo que oyes, lo que se dicen cuando hablan, las imágenes que se describen hablando, el fuera de campo… Aquí es muy importante el fuera de campo tanto el sonoro como el visual, que da pie a que el espectador llene de significado algunos planos de la película.
Los juegos de presencias y ausencias en ese bosque donde sucede ‘Liberté’, con algunos personajes apareciendo muy sutilmente entre la oscuridad es muy sugestivo y misterioso.
Albert Serra– Liberté es como un teatro de marionetas pero carnal y materialmente muy potente. Quería imprimirle a la película un ritmo muy sensual en el montaje, de aparecer, desaparecer, la tensión ente el exhibicionismo y el voyerismo… Es realmente una película especial, en el sentido de que crea una experiencia en el espectador diferente al de resto de películas.
¿Cómo dirigiste esa coreografía de cuerpos que protagoniza ‘Liberté’? ¿Tenías unas instrucciones específicas o fuiste trabajando sobre la marcha?
Albert Serra– Fue más libre. Trabajé con tres cámaras y, evidentemente, siempre pensando en lo que iba a ser o no iba a ser útil en el montaje pero basándome mucho en mi experiencia previa y en mi intuición. Estaba sobre todo concentrado en que las imágenes de Liberté lograran adquirir esa atmósfera enrarecida, malsana, desesperada… Me recuerda un poco a Clímax, de Gaspar Noé, en tanto que pesadilla de la lógica de la noche. Aunque el cine de Noé no me entusiasma, esa película sí. Y me gusta compararla con Liberté, pensar que tienen algo en común porque las dos son películas sobre la noche. Y como tal, son estériles e improductivas. En el caso de Liberté, además, te vacía. Es extenuante y al final te vacía por dentro. Cuando lees una novela de Sade, con ese sexo tan repetitivo y agotar, te va como quitando las ideas. Es algo como higiénico, que te va vacía y te va destruyendo. Te deja sin nada como un limón exprimido, con esta sensación seca de esterilidad profunda. Y así es la noche. Cualquiera que haya vivido la lógica de la noche en este sentido sabe que cada noche se empieza de cero y que no hay memoria, y que sin memoria pocas cosas se construyen porque solo hay gasto permanente, como diría Georges Bataille. Gastar la energía por nada.
'Liberté' me recuerda un poco a 'Clímax', de Gaspar Noé, en tanto que pesadilla de la lógica de la noche. Me gusta pensar que tienen algo en común porque las dos son películas sobre la noche. Y como tal, son estériles e improductivas.
¿Cómo ha sido el trabajo con Helmut Berger? En fin, una ve al actor austríaco y no puede evitar pensar en Visconti y sus películas sobre la decadencia de la aristocracia.
Albert Serra– Sí, no sé. En realidad todo fue fruto del azar. Fíjate que azaroso fue que me voy a remontar a la obra de teatro. Cuando estábamos preparándola, salió la idea de fichar a un nombre famoso. A mí no se me ocurría a nadie, porque los actores de teatro clásico alemanes no me gustan mucho y propuse a alguien que viniera del cine, Helmut Berger, que no ha hecho apenas teatro. Estaba algo jodido en temas de salud, y el teatro, que te exige disciplina, le sirvió para recuperarse un poco y tomar otra perspectiva de la vida. Le ayudó mucho y, bueno, en la película decidió mantenerlo. Es uno de los dos actores que también aparecían en la obra teatral. Una casualidad, como ves. Me gusta mezclar tipos de gente e intérpretes diferentes, como siempre he hecho. Me gusta la diversidad y la heterogeneidad. De hecho, entre el reparto hay también tres miembros del equipo técnico y justo son los que hacen las escenas y explícitas más difíciles.
¿Cómo se incorporaron?
Albert Serra–¡Se lo pedí y me dijeron que sí! [Risas] Podía haber sido que no, pero en esa ocasión la suerte se puso de mi lado. Con mucha gallardía, podría decir, asumieron el riesgo y sobre todo esa vulnerabilidad que aparece cuando está la desnudez por en medio.
Es curioso cómo nos sigue provocando el cuerpo y su representación, siendo la desnudez su representación más evidente.
Albert Serra– Sí. Es que toca la intimidad. Toca una fibra que casi, casi no se puede tocar de ninguna manera y cuando se hace de este modo que se ve en la película, la polémica es inmediata. Por estos motivos muchos actores profesionales no quieren hacer escenas de desnudo porque se ponen en una tesitura de fragilidad, de exponerse. Sí, la materialidad se asume como algo escandaloso. Cuando se va a fondo con esta cuestión, como en Liberté, el elemento del juicio crítico de la belleza desaparece. Porque la materialidad del cuerpo se asume en tanto que tal, en su dimensión provocativa, y las categorías estéticas de lo bello, del cuerpo bonito y joven, pierden sentido. La materialidad y la violencia que el cuerpo ejerce es mucho más imponente que los pequeños beneficios de placer relacionados con la belleza que se pueden obtener. Cuando se va a fondo con esta cuestión de la materialidad, todo se vuelve muy democrático. Y es la clave de la práctica del cruising. Te abandonas a ti mismo y ya no estás pendiente de quién es el guapo y quién el feo. Son categorías que se quedan al margen y esto es bonito.