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    San Sebastián 2020: Borrachera de buen rollo con 'Druk (Another Round)', protagonizada por Mads Mikkelsen

    También en Sección Oficial vemos el documental producido por Johnny Depp 'Crock of Gold' y la serie de Luca Guadagnino 'We Are Who We Are'.

    El guionista y director Thomas Vinterberg (SubmarinoLejos del mundanal ruido) y el siempre notable Mads Mikkelsen (HannibalDoctor Strange) vuelven a coincidir una vez más en Druk (Another Round), a competición en Sección Oficial, tras su colaboración en la nominada al Oscar La caza (2012). La película, en realidad un drama aunque con muchas dosis de comedia, ha despertado muchas risas en el Teatro Victoria Eugenia y ha conseguido que varios de los asistentes a su proyección hayan salido con una borrachera de buen rollo. “Vamos a beber, ¿no?”, se le ha escapado a algún que otro periodista una vez terminada. Ahora te contamos el porqué.

    Vinterberg, que firma el guion con Tobias Lindholm (BorgenSecuestro), narra en Another Round la crisis de madurez de cuatro amigos que se dedican profesionalmente a la enseñanza. Martin (Mads Mikkelsen) es maestro de Historia y Tommy (Thomas Bo LarsenCelebración), Peter (Lars RantheDirch) y Nikolaj (Magnus MillangDanish Dynamite) hacen lo propio con las asignaturas de Gimnasia, Música y Psicología, respectivamente. El filme subraya al principio una frase del filósofo existencialista Søren Kierkegaard y, en el fondo, aunque bañada con litros y litros de alcohol, examina y plantea la transitoriedad de conceptos como la belleza y la juventud.

    Aburrido en su puesto de profesor y cada vez más distanciado de su familia, Martin decide poner a prueba con sus colegas -una suerte de Full Monty danés sin estriptis de por medio- una teoría del filósofo y psiquiatra noruego Finn Skårderud. Este sostenía que el hombre tiene un déficit del 0,05% de alcohol en sangre y que beber para ajustar ese déficit, y mantenerlo durante todo el día, es bueno y aconsejable para disipar nuestros problemas, aumentar nuestra creatividad y tener más confianza en nosotros mismos. Así que todos empiezan a beber en horario laboral y registran los resultados como si de un experimento científico para ser publicado se tratara.

    Pese a una premisa somera y un tanto fantasiosa, Druk funciona excelentemente gracias a su cuarteto protagonista. Corren vasos y vasos de champán, vodka, absenta y demás bebidas espirituosas y Vinterberg, asiendo con firmeza el tono, refleja a la perfección en pantalla los efectos inmediatos que produce el alcohol en el organismo. Al menos en sus primeros compases, los beodos educadores se muestran más desinhibidos, sociables, eufóricos y relajados. E incluso emulan al escritor Ernest Hemingway, que no tomaba un trago pasadas las 20.00 h. para trabajar con eficacia al día siguiente. Las clases de Martin vuelven a atrapar la atención del alumnado, Peter saca lo mejor de su coro entre sorbo y sorbo de tapadillo y Tommy devuelve la confianza a uno de sus pequeños discípulos de fútbol, Gafitas, que es un robaescenas absoluto. Pero la cuadrilla, achispada por tanto entusiasmo y ardor etílico, se encamina muy pronto más allá de las ideas de Skårderud y sobrepasa el consumo ‘permitido’ con previsibles consecuencias.

    Con un estilo bastante austero -recordemos que Vinterberg es, junto a Lars von Trier, iniciador del movimiento Dogma 95-, creo que al cineasta danés no le interesaba tanto hacer hincapié en un mensaje admonitorio como delimitar los márgenes de los excesos y la responsabilidad en la vida adulta. Hay quien pensará que el largo derrapa en su fase melodramática, pero su estructura y hasta el abundante alcohol se ejecutan como metáforas de los inevitables fracasos inherentes a la vida de cualquier ser humano. El público conservador y corto de miras tachará esta segunda película del tándem Vinterberg-Mikkelsen como frívola y peligrosa para los más jóvenes. Pero si la tomas por lo que es y la juzgas con contención, puede que salgas de verla con ganas de tomarte esos dos vinos de los que hablaba Skårderud. Siempre con moderación, claro. Además, ver al actor de Polar y Casino Royale bailando jazz es el mejor de los finales posibles.

    Santiago Gimeno

    'Crock of Gold: A Few Rounds with Shane MacGowen': Una lección de actitud punk

    Shane MacGowan, el icónico desdentado y borrachuzo, pero también el poeta de taberna, el dandy-paleto, el punkarra del banjo y uno de los mejores frontman de la historia de la música moderna, cumplió sesenta años el pasado día de Navidad de 2018 en un concierto-homenaje por el que se pasaron, entre otros, Nick Cave, Sinéad O’Connor y Bono, para interpretar temas de The Pogues delante de un MacGowenya muy perjudicado de salud, fruto de una vida larga al límite del mal y de lo peor (en lo que adicciones se refiere). En dicho concierto aparecía también el actor (la estrella) Johnny Depp a la guitarra, el mismo que le ha producido a Julien Temple esta sentida película-documental que recorre la memoria de un músico que, desde la notable decadencia física, parece mantener incólume su sentido del humor cáustico y mordaz, amén de una memoria bastante reseñable

    Temple, especialista (y estajanovista) del 'rockumentary' (y de los videoclips), posee ya una larguísima carrera al servicio de la historia del pop y del 'rock', donde destacarían por méritos propios la alucinante The Filth and the Fury (2000), a mayor gloria (y mugre) de los Sex Pistols, así como su tributo al líder de The Clash Joe Strummer: The Future Is Unwritten (2007). Y para Crock of Gold ha reconstruido, siempre tirando de un riquísimo fondo de archivo que van desde imágenes documentales de la época a películas que contextualicen aquello que la voz de MacGowenva narrando a mandíbula zigzagueante, la historia del líder de los Pogues, centrándose realmente en su figura y no tanto en la banda (o los miembros de la misma) en sí. Desde su infancia en la campiña irlandesa, donde asegura haber empezado a beber y fumar a los ocho años, a su traslado a un Londres que representaba el enemigo, a su iluminación bajo el periodo punk y ya su lanzamiento al estrellato, convirtiendo el folk de su tierra en una de las mayores alegrías musicales que nos dio los ochenta, con el punk enterrado y los sintetizadores comiéndose la música pop.

    Siempre con el vaso medio lleno y el cigarrillo en la boca, el MacGowenjoven desafía desde su ebriedad continua al MacGowenen silla de ruedas que da sorbitos de una copa de vino blanco. En ocasiones, hasta parece un milagro que el cantante siga con nosotros. En otros, simplemente, nos dejamos llevar por la fiereza de sus canciones en directo. Una lección de actitud punk, soberbia musical y canto del cisne de un estilo de vivir la vida y la música que ya se perdió para siempre. Temple, paga peaje, y deja fuera de foco a productores -Elvis Costello, sin ir más lejos, estuvo a los mandos de “Rum Sodomy & The Lash” (1985)- y restos de The Pogues, y sí pone unas más bien torpes conversaciones con Johnny Depp o las habituales reconstrucciones ficticias (terroríficas, esto nunca sale bien) para adecuar la imagen al relato. Tanto da, porque al final Crock of Gold, con sus delirios celtas y se defensa del IRA, con MacGowenrenegando de “Fiesta” y del giro rock de la banda, con su apología del LSD y de beberse tres botellas de whisky cada noche, regala a los fans de la buena música un retrato-panegírico-hagiografía de un músico realmente increíble.

    Alejandro G. Calvo

    ‘We Are Who We Are’: Otro ‘coming-of-age’ de Guadagnino con tintes de ‘Call Me By Your Name’

    Como parte de Proyecciones Especiales, dentro de la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, vemos el primer episodio de We Are Who We Are. La ficción, que ya ha estrenado HBO en España, lleva la firma de Luca Guadagnino -también presidente del jurado de la 68ª edición del certamen. El director de Call Me By Your Name y Suspiria no solo se coloca detrás de las cámaras de este proyecto, también coescribe el guion junto a Paolo Giordano (La soledad de los números primos) y Francesca Manieri (Luna Nera). 

    We Are Who We Are recuerda a la cinta de 2018 protagonizada por Timothée Chalamet (Dune) y Armie Hammer (Rebeca) que adapta la novela escrita por André Aciman. Se trata de un ‘coming-of-age’ que tiene como protagonista a Fraser (Jack Dylan Grazer, ¡Shazam!), un adolescente excéntrico de 14 años que se muda a una base militar americana en el Véneto (Italia). Su madre Sarah (Chloë Sevigny, Los muertos no mueren), cuya pareja es Maggie (Alice Braga, Los Nuevos Mutantes), es la nueva general. Allí, Fraser se siente atraído por un soldado mayor que él y también inicia una relación de amistad con Caitlin (Jordan Kristine Seamon), una chica que rechaza su lado femenino. 

    El primer episodio de We Are Who We Are narra la llegada de Fraser a la base militar y sus primeros contactos con la zona y las personas que viven allí. La ficción no arranca mal, incitando a descubrir más sobre la nueva vida del joven y lo que le está por llegar. Pero Guadagnino se pasa gran parte del capítulo siguiendo a un personaje al que se llega a aborrecer: extravagante, egoísta, rebelde y que se aísla del mundo colocándose los cascos para escuchar música. El director también crea una relación extraña entre Fraser y su madre biológica Sarah, quien deja que su hijo de 14 años se tome de vez en cuando unos cuantos chupitos de alcohol en su presencia. El personaje con el que es más fácil empatizar es el de Maggie, interpretado por una Alice Braga que consigue crear a una mujer amable, cariñosa y afable. 

    Aquellos que disfrutaron con Call Me By Your Name y Elio, el personaje de Chalamet, encontrarán una historia que van a querer continuar. Eso si no sienten cierta ojeriza por Fraser, a quien, no obstante, Jack Dylan Grazer interpreta acertadamente. Cuando él lleva demasiado en pantalla lo que desearías es que Guadagnino te muestre más de ese mundo dentro de la base militar, de sus otros personajes y de las relaciones entre ellos. En total, la serie consta de ocho episodios, y parece tarea imposible aguantar tantas horas de la mano de Fraser

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