Del 'thriller' rural a la melancolía pornográfica y de la belleza de la memoria a la de la vida. La cuarta jornada del Festival de Cine de San Sebastián ha sido una curiosa mezcla de historias y emociones. De la polémica de Sparta de ayer pasamos a la controversia de Pornomelancolía, pero también destaca el cine español con Suro, una película de suspense con Vicky Luengo como protagonista. Otro de los títulos de la Sección Oficial que compite por la Concha de Oro es la japonesa A Hundred Flowers, una de las sorpresas del certamen.
Ya en Perlak, vemos Living con un enorme Bill Nighy, y en Zabaltegi Tabakalera otro de los títulos españoles del año: Cerdita.
Suro
Mikel Gurrea (Heltzear) estrena un 'thriller' rural en clave mínima, a medio camino del experimento sociológico. Se interroga: ¿qué presiones pueden desmoronar los fundamentos de la ética del progre urbanita? La pareja protagonista de Suro, Helena (Vicky Luengo) e Ivan (Pol López) se traslada al campo con una noción clara de resistencia: serán cabecillas de un proyecto 'slow-cooked' y autosostenible, respaldado por una educación superior y un buen cajetín de ahorros. Pelarán el corcho como antaño, tendrán una criatura a quien enseñar algo de honestidad y civismo.
No obstante, Helena e Ivan sufren en silencio. 'Pixapins' (un apelativo rancio para la "gente de ciudad") a perpetuidad, construirían una habitación del pánico si ello no supusiera reconocerse conservadores, primera línea en la descendencia de los valores más retorcidos del campo catalán. Tienen miedo de perder dinero, de la invasión de los hombres que les ayudan con el corcho (un puñado de fascistas trabajando junto a unos pocos migrantes), incluso del viento que aúlla al atravesar las grietas de la casa. Bajo amenaza, los ideales se vacían. Helena e Ivan acaban construyendo un precioso belén que huele a pesadilla americana. A costa de qué.
Mariona Borrull
Pornomelancolía
Sparta no ha sido la única película polémica del certamen, también Pornomelancolía. Dirigida por Manuel Abramovich, la historia sigue a Lalo Santos, un 'sex-influencer' que comparte a través de sus redes sociales imágenes y vídeos de su cuerpo desnudo. Ahora acaba de fichar por una película pornográfica en la que da vida al revolucionario mexicano Emiliano Zapata. Delante de las cámaras, Lalo interpreta un personaje pero en la vida real es un hombre solitario y muy triste. ¿La polémica? Lalo Santos es también el nombre del actor encargado de dar vida al protagonista, un 'sex-influencer' en la vida real. Pornomelancolía está basada en él y el intérprete ha criticado las condiciones en las que se realizó la película y la falta de "capacidad y sensibilidad por parte del director y la producción". También que se ha sentido traicionado por el realizador.
Si ayer era el día de Sparta, hoy lo es, aunque con menos protagonismo, de Pornomelancolía. Abramovich ha dirigido una película que quiere ser un documental sobre la industria pornográfica, pero que también busca acercarse al cine social e intenta convertir el porno en una metáfora de la explotación. Entre felación y penetración, eyaculación y erección, el protagonista habla detrás de cámaras, en los descansos del rodaje, sobre su vida y escucha las historias de sus compañeros. Por ejemplo, la precariedad de sus vidas, que es lo que les llevó a meterse en el porno, sus experiencias como personas VIH-positivas y cómo sacar rentabilidad al negocio.
A Abramovich no le sale nada de lo que se propone y solo roza su plan en algunas ocasiones. Ni siquiera cuando mete comedia obtiene carcajadas, solo alguna risilla floja. Mucho porno y poca melancolía en una película que, precisamente, busca profundizar más en lo segundo.
A Hundred Flowers
La sorpresa del certamen es A Hundred Flowers, película dirigida por Genki Kawamura que habla sobre la memoria, el olvido y el perdón y que compite por la Concha de Oro. Yuriko es una mujer que va a hacer la compra y vuelve a casa con demasiadas docenas de huevos. Algo raro pasa también cuando va a buscar a su hijo, ya adulto, al colegio en el que estudió de niño. Está empezando a confundir a la gente y camina por la calle sin saber a qué sitio se dirige. A Yuriko, una profesora de piano, un médico le acaba de diagnosticar con alzhéimer. Mientras los recuerdos se van borrando, su hijo Izumi no se olvida de una traumática vivencia del pasado que todavía le persigue.
Kawamura habla en A Hundred Flowers de la relación entre esta madre e hijo en un momento en el que uno busca el perdón por algo que hizo, pero que se está borrando, y el otro no consigue comprender la razón de que ocurriese. Con una delicadeza monumental, el director japonés consigue no caer en el cliché y su representación del alzhéimer, jugando con el espacio y el tiempo, es tan realista que verlo plasmado en imágenes y sonido pone los pelos de punta. Kawamura se sirve de bucles temporales para retratar los episodios de desorientación consiguiendo algo bellísimo, original y muy triste al mismo tiempo.
La historia del acontecimiento que provocó una enorme brecha con su hijo se cuenta igual que la memoria de Yuriko: A pedazos y sin encontrarle explicación a todo. En la parte actoral, es magnético y extraordinario ver a Mieko Harada interpretando a Yuriko. Y, por si fuera poco todo lo dicho ya, A Hundred Flowers tiene el final más bello de lo que llevamos de festival.
Living
Oliver Hermanus revisa Vivir de Akira Kurosawa en Living, una de las películas de la sección Perlak de la 70ª edición del certamen. En esta versión del director sudafricano, con guion de Kazuo Ishiguro, la historia se ambienta en un Londres en plena reconstrucción tras la II Guerra Mundial. El Sr. Williams es un funcionario muy puntual, metódico y educadísimo que vive cada día como si fuese el mismo. Hasta que recibe un diagnóstico médico demoledor. Su esperanza de vida se reduce a meses y toma una decisión radical: recordar lo que es estar vivo.
Bella, tierna, elegante, amable, emotiva hasta rabiar y delicada; Living es como el mejor de los abrazos convertido en película. Una reflexión sobre cómo queremos ser recordados y lo importante que es tener presente que solo estamos aquí de paso. Las imágenes del filme son un bálsamo para los ojos y la banda sonora un gozo para los oídos. Estamos ante un drama, no hay duda, pero Ishiguro mete un par de momentos cómicos que funcionan a la perfcción en favor de la historia.
Si hay algo que destaca por encima de todo es su protagonista. Lo de Bill Nighy en Living es de otro mundo. Con una sobriedad y una templanza prodigiosas, el actor británico hace que se te salten las lágrimas con su mera presencia. Solo la secuencia en la que reflexiona en la penumbra de su salón y los recuerdos le persiguen es una auténtica delicia. En definitiva, una película para quedarse a vivir en ella.
Cerdita
Cerdita, la película de Carlota Pereda, llega a San Sebastián en la sección Zabaltegi Tabakalera después de triunfar en el extranjero. El filme, que nació a partir de un cortometraje que ganó el Goya y que los hermanos Joe y Anthony Russo -los directores de Vengadores: Infinity War y Vengadores: Endgame- apadrinaron, ha formado parte de la programación del Festival de Sundance.
Ambientada en un pueblo de Cáceres, Cerdita tiene como protagonista a Sara (Laura Galán), la hija de los dueños de una carnicería. Allí se pasa los días, ayudando a sus padres en un negocio que no va nada bien y aguantando las risas y sufriendo 'bullying' de los otros adolescentes del pueblo. Para Sara el verano es un infierno y, para evitar que se burlen de ella, va a la piscina de la localidad cuando la gente está durmiendo la siesta. Un día, un extraño rapta a las chicas que la acosan y Sara decide no decir nada a modo de venganza. Pero no le va a resultar nada fácil seguir con la boca cerrada: el misterioso asesino parece seguirla y, al fin y al cabo, en un pueblo en el que todo el mundo se conoce es casi imposible guardar un secreto.
Cerdita es muchas cosas: es un 'thriller' rural, un 'slasher', una 'revenge movie' y un 'coming-of-age'. Y, aunque parezcan demasiados ingredientes para una única película, Pereda consigue que todos ellos se mezclen en perfecta armonía. Su estética apastelada contrarresta con la parte violenta y sangrienta de forma fantástica y, pese a lo cuqui que es visualmente, Pereda consigue que el tipismo de todo pueblo español esté presente. Sobre todo gracias a Carmen Machi, que está excepcional como la madre de Sara.
La primera parte de Cerdita es estupenda. Pereda consigue en poco tiempo que entiendas por lo que está pasando Sara, interpretada por una magnífica Laura Galán, y que te enamores del personaje. No todo es perfecto en la película y, en ocasiones, la historia pierde algo de fuelle, pero es que Cerdita es una de las grandes películas españolas del año: es diferente, es extraña, es divertida y entretenida, habla de un tema importante y, visualmente, es un caramelo que no quieres parar de saborear.
Andrea Zamora
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