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    Tenemos que hablar de Kevin
    Críticas
    2,0
    Pasable
    Tenemos que hablar de Kevin

    Doctor, no amo a mi hijo

    por Eulàlia Iglesias

    Desde que Sigmund Freud convirtió los mitos griegos en complejos, nadie ve extraño que las relaciones paterno-filiales se enfoquen desde el punto de vista de un hijo o hija que las ha sufrido como algo traumático. Pero sigue siendo mucho menos habitual plantear la familia como un infierno desde el sentido contrario, el de los progenitores desequilibrados por sus retoños. Así lo hace 'Tenemos que hablar de Kevin', donde la protagonista vive su maternidad como un tormento. En su tercer largometraje, Lynne Ramsay adapta el libro homónimo de Lionel Shriver sobre una autora de libros de viajes, Eva, que no consigue actuar con su hijo como manda el manual de la buena madre. Que Kevin se comporte como un verdadero sociópata tampoco facilita las cosas...

    La película se abre con una secuencia teñida de rojo: una panorámica aérea sigue a Eva transportada, literal y metafóricamente, entre centenares de cuerpos que se retuercen en plena Tomatina de Bunyol. Dramáticamente, la imagen funciona para mostrar a la protagonista en un momento de éxtasis vital y laboral, totalmente integrada en un rito festivo de otra cultura. A partir de que se queda embarazada, Eva siente que pierde estos momentos de felicidad sin que aparezcan otros nuevos para sustituirlos. Simbólicamente, la secuencia avanza el baño de sangre en que se va a ver implicada.

    A lo largo de la primera mitad de la película, Ramsay pretende transmitir el angustioso estado de ánimo de la protagonista recurriendo a imágenes de este tipo más que a diálogos explicativos o voces en off, evitando así que el film se apoye demasiado sobre su origen literario. Los planos que evocan una soltería feliz se alternan con aquellos que subrayan cómo Eva fracasa una y otra vez en su intento de sentirse satisfecha cuidando a un hijo, Kevin, que se comporta como un verdadero demonio. A partir de que Kevin se convierte en adolescente (por momentos parece un Damien quinceañero), el film se escora cada vez más hacia el terror psicológico al tiempo que la reflexión sobre la maternidad pierde matices y toma un cariz más tendencioso.

    La conclusión provoca casi más miedo que los actos de Kevin, sobre todo porque parece contradecirse con el espíritu inicial del film. Si al principio, Tenemos que hablar de Kevin intenta, con más o menos habilidad, romper el tabú de la maternidad vista como algo positivo y plantea que una madre puede no amar a su hijo, el epílogo pretende justificar todas las maldades del niño a través precisamente del comportamiento de la madre. Para redimirse, ésta debe entregarse a un amor sin reservas... Para quienes admiramos las dos primeras películas de Lynne Ramsay, 'Ratcacher' y sobre todo 'Morvern Callar', y hacía diez años que esperábamos ver un nuevo film suyo, 'Tenemos que hablar de Kevin' resulta toda una decepción.

    Lo mejor: Tilda Swinton.

    Lo peor: Que toda la fuerza, modernidad, complejidad y sutileza de 'Morvern Callar' aquí no cuajen para nada.

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