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    Lo Imposible
    Críticas
    2,5
    Regular
    Lo Imposible

    Con el agua al cuello

    por Carlos Losilla

    Resulta una grata sorpresa, digámoslo de entrada, que J. A. Bayona no se haya dejado llevar por el éxito de 'El orfanato' y que su nueva película explore nuevos territorios, nuevas formas de narrar y de relacionarse con el espectador. No lo es tanto, sin embargo, que ‘Lo imposible' ostente las mismas ganas de demostrar su valía, de echar el resto y asumir el proyecto como otro examen de reválida. Entre otras cosas porque Bayona no lo necesita. Todos sabemos que su particular imaginario puede regalarnos eso que se llama "gran cine". Otro asunto es que aún no lo haya conseguido del todo. Y otro más que su segundo largo se plantee como algo más "serio", un "tema importante" basado en un "hecho real". Me da la impresión de que Bayona se moverá con más soltura en pequeños formatos, en películas de género donde pueda demostrar su talento de narrador. Por eso creo que ‘Lo imposible' significa un ligero paso atrás respecto a lo que proponía 'El orfanato', inquietante y prometedora opera prima.

    El punto de partida es el tsunami que azotó en 2004 el Océano Índico. Pero no es esta una película de catástrofes, por mucho que las escenas de ese apocalipsis acuático resulten exuberantes y abrumadoras. A Bayona le interesan, esta vez, las relaciones humanas, y en concreto la búsqueda que emprenden los distintos miembros de una familia, su desesperado intento de volver a reunirse, de reencontrarse. En este sentido, la primera parte quiere jugar a un suspense que se centre sólo en algunos de los personajes, olvidando a los demás. Es una opción atrevida, que prescinde del montaje paralelo para seguir en continuidad la angustia, el viaje al fin de la noche de quien está acostumbrado a la vida fácil, sin dificultades económicas o de otro tipo. Las primeras escenas están dedicadas a eso, a recrear el inicio de las vacaciones de la familia, la tontuna de un adolescente mimado, los regalos de Navidad... Por eso ‘Lo imposible' alcanza sus mejores momentos cuando acude a su baza hitchcockiana: el hombre enfrentado al absurdo de la existencia, la manera en que todo puede cambiar en un instante, el retorno a un estado primitivo de indefensión y precariedad, el pecado de estar vivo y lo que hay que pagar para alcanzar la redención.

    Por ello no hay que reprocharle a 'Lo imposible' su progresivo abandono de esa tragedia, anunciado desde el título, sino más bien la estrategia utilizada. Poco a poco, esa lucha contra el destino (o el azar), esa recomposición de la unidad primigenia, adopta un tono más convencional, saltando de un personaje a otro y descoyuntando la inquietud del inicio. Y esa fragmentación, que ya constituía la parte más débil de 'El orfanato', se gestiona con docilidad, sometiéndose al relato en lugar de dominarlo, dejándose disgregar en beneficio de un sentimentalismo subrayado por una banda musical imperdonablemente melodramática. Es como una metáfora de los dos mundos que se debaten en el interior del cineasta, y cuya lucha esperemos que se resuelva en próximos intentos. Pues las ganas de experimentar, los mundos turbios y sombríos, nunca han casado bien con la tentación de agradar a todo el mundo, lo cual, como bien sabemos, es -eso sí- imposible.

    A favor: el cambio de tercio y los aciertos parciales.

    En contra: la timidez a la hora de llegar hasta el final.

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