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    Angry Birds. La película
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Angry Birds. La película

    Pájaros razonablemente cabreados

    por Alberto Lechuga

    A estas alturas nos vamos a asustarnos por el estreno de una película nacida a rebufo de una licencia de éxito, ya sean muñecos, videojuegos o juegos de mesa; en el mismo momento en el que el juego para móviles Angry Birds se convirtió en un fenómeno masivo a nivel global quedaba fuera de toda duda que se intentaría estirar el éxito hasta la pantalla de cine. El quid de la cuestión con este tipo de licencias es que no siempre es sencillo dotarlas de una identidad narrativa. La mecánica del juego es realmente simple, de ahí una de las claves de su éxito: pulsamos sobre un tirachinas para calcular el ángulo y la potencia con la que queremos lanzar a los pájaros con los que debemos derribar las estructuras que protegen a unos cerdos (verdes) que tenemos que destruir. Un tirachinas, unos pájaros, unos cerdos (verdes) que roban huevos a los pájaros y poco más. ¿Cómo demonios se hace una película decente de Angry Birds?

    Afortunadamente, en Rovio, la compañía finlandesa que desarrolló la franquicia, parecen haber considerado la cuestión. De este modo, el libreto de la adaptación de Angry Birds no viene firmado por una retahíla de nombres intercambiables, habitual indicio de que una película se ha ensamblado en los despachos de los hombres de negocio del estudio. Aquí el encargado de dotar al videojuego de un universo y una historia coherentes tiene un nombre y un apellido, Jon Vitti, un guionista curtido en Los Simpson (a él le debemos algunos capítulos míticos como Mr Quitanieves, Radio Bart o la parodia de El cabo del miedo), el seminal Show de Larry Sanders o El Rey de la Colina. No es que Angry Birds sea una comedia de autor, pero el bagaje de Vitti se deja notar felizmente cuando la película establece sus bases y se centra en el retrato del gruñón pájaro Red y la infortunada relación que mantiene con sus vecinos. El gag visual a ritmo frenético se acompaña del gag verbal y la configuración de la comunidad de la isla de los pájaros tiene personalidad y carisma. Incluso se atreve a transitar premisas que no desentonarían en el canon de la nueva comedia americana: ojo a las divertidas sesiones de control de la ira a las que es condenado el protagonista, o el excelente tramo en torno al encuentro con "el Gran Águila" (al que pone voz Peter Dinklage en la versión original). Aunque no todos los gags funcionan por igual, lo cierto es que hasta su subtexto resulta imprevisible: si Inside Out hablaba valientemente de aceptar la tristeza como una parte más de la vida, Angry Birds inopinadamente hace del leitmotiv de sus cabreados pájaros una oportunidad para disparar a la corrección política como cinturón represivo homogeneizante e, incluso, a esa corriente en alza que se dedica a especular con las emociones.

    Si a eso le unimos una factura visual inesperadamente notable (la hiperrealidad CGI y la expresividad cartoon conviven plácidamente en llamativos tonos tropicales), podemos hablar ya de una agradable sorpresa por parte de una película de la que cabría esperar poco menos que nada. El problema es que una vez la cinta se despega de la inicial comedia de situación y quiere desplegar sus tentáculos en demasiadas direcciones, acaba sufriendo un mal que podríamos calificar como de dispersión de despacho. Es decir, por momentos acaba pareciéndose más a uno de esos guiones de múltiples nombres de los que hablábamos que a la simpática comedia que había comenzado siendo. Quedan entonces tiradas inservibles (casi todo el tiempo concedido a los cerdos, que hace pasar a la película por peajes insufribles propios de Los Minions o las peores producciones Dreamworks), tiradas que caen cerca del objetivo (la escena que integra la dinámica del juego funciona sorprendentemente bien) y pequeños tiros al centro de la diana (el gag del time-lapse). Pero, sobre todo, queda la sensación de que el problema de Angry Birds reside más en un correctivo conservador (una pájara provocada, sería el adecuado símil deportivo), que en un problema de puntería.

    Desde que despegara en 2010 en iOS, Angry Birds ha pasado a Android, Windows, videoconsolas y todos los formatos habidos y por haber hasta alcanzar los tres billones de descargas, varios spin-offs, una serie de televisión, merchandising de todo tipo y hasta parques temáticos. De algún modo, Angry Birds ha acabado siendo también la primera película de lo que puede ser una razonable franquicia cinematográfica.

    A favor: que se presente con espíritu cartoon y mimbres de nueva comedia americana.

    En contra: que, a mitad de camino, alguien decida que eso no es suficiente.

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