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    Los siete magníficos
    Críticas
    4,5
    Imprescindible
    Los siete magníficos

    Un paraíso (capitalista) a golpe de revolver

    por Marcos Gandía

    Seguramente muchos de quienes han renegado y renegarán del brillante, espectacular, vigoroso y lección de cine film firmado por Antoine Fuqua, utilizarán como arma arrojadiza la siempre anatemizada figura (figura artística, a ver si nos enteramos) del remake… olvidando que aquella Los siete magníficos de John Sturges ya era un remake. Un excelente remake que tenía a favor el hecho de trasladar la iconografía japonesa de Los siete samuráis (Los siete valientes en su estreno español) a los paisajes del western. Akira Kurosawa amaba ese género genuinamente americano y en su obra hay huellas profundas, como el mismo Sturges fue capaz de dotar de un tempo chambara a su clásica revisitación de la leyenda de ese septeto de pistoleros que ayudan a unos campesinos frente al acoso de unos bandidos.

    La pelota en el tejado de Antoine Fuqua era bastante más complicada de controlar y llevar con éxito a la portería para marcar un gol: no actualiza el mito, no lleva la historia a otras épocas, lugares o géneros (algo que se ha hecho, confesa o inconfesamente, multitud de veces), sino que vuelve a realizar un western… ese mismo western. ¿Mismo? Ciertamente que lo es más allá de la inclusión de nuevos personajes (interraciales) o de la figura del enemigo (lo más interesante de la película y que comentaré enseguida): presentación de los protagonistas, formación del grupo y enfrentamiento final. Western en estado puro que Fuqua filma con ese estilo suyo donde lo épico trasciende cualquier género para llevarnos a terrenos donde Eisenstein o el Laurence Olivier de Enrique V parecen mirarnos desde sus campos de batalla de coreografías de polvo, fuego, ira, muerte y heroicidad. Western en estado puro en cada diálogo, réplica y descripción de estos siete magníficos, cada uno muestra de una tipología concreta del cine del oeste. Western que se reconoce en su modelo mítico John Sturges y también en el claroscuro clásico del Clint Eastwood de Infierno de cobardes y (sobre todo) El jinete pálido. Si solamente por el juego de parejas de cada personaje (los mejores los de Denzel Washington y Chris Pratt, y los de Ethan Hawke y su coreano colega) ya la película se merecería un sobresaliente, la extensa secuencia final, la del ataque de los villanos al pueblo y la defensa suicida de los magníficos y los ciudadanos, hace que recuperemos la grandeza de lo que es el cine, de cómo se filma, de cómo se disfrutaba ante una gran pantalla. Y además hay esa propina sociopolítica de la que hablaba, esa patada al bajo vientre de las miserias del capitalismo encarnado en el cacique/hombre de negocios/hombre de los tiempos modernos encarnado por Peter Sarsgaard. Los bandoleros mexicanos del film de Sturges son ahora los buitres del voraz capital USA que nos anuncian que Dios ha muerto y solamente existe el culto al dinero (los dos discursos en la iglesia, al comienzo y al final de la cinta). Que encima se mencione la guerra del condado de Lincoln (recuerden La puerta del cielo) ya nos da pistas de que el enemigo es esta vez el lado oscuro del sueño americano.

    A favor: la batalla final y la simpatía arrolladora de Chris Pratt.

    En contra: que se metan con ella por ser un remake… o un western.

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