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    Asesinato en el Orient Express
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Asesinato en el Orient Express

    Juego de máscaras

    por Violeta Kovacsics

    Kenneth Branagh se creyó más listo que todos y terminó por demostrar que no había comprendido nada. Pero, antes de señalar el crimen, intentemos dilucidar el móvil y exponer el caso. El director y actor inglés ha adaptado el libro más conocido de la escritora de novela negra más famosa. Branagh debía tener sus razones a la hora de llevar a la pantalla Asesinato en el Orient Express; un texto que, de entrada, plantea un reto: el de cómo salvar la monotonía visual que se desprende de una historia que tiene lugar entre las cuatro paredes de un vagón de tren y en la que la mayor parte de la acción recae en los diálogos, en los interrogatorios a los que el excéntrico y perspicaz Hercule Poirot somete a los distintos pasajeros.

    Sydney Lumet, maestro de la puesta en escena de la palabra y retratista inquebrantable de la fragilidad de la justicia, llevó esta misma novela de Agatha Christie al cine en 1974. Por aquella película pasó un auténtico 'dream team' de actores, que incluía nombres como los de Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Sean Connery o el de Albert Finney, que encarnaba a Poirot. Branagh ha emulado la fórmula y en su Orient Express suben estrellas como Penélope Cruz, Judi Dench o Johnny Depp. Sin embargo, si en el filme de Lumet existía la idea de poner a grandes actores interpretando a unos personajes que no hacen más que encarnar a otras personas, la película de Branagh cae en la caricatura. La trama de Christie, en torno a un cruel asesino que es brutalmente asesinado en el tren que va de Estambul a París, era a la vez un juego de máscaras, en el que nadie es quien presume ser. Lumet supo llevar esta idea al terreno propiamente de la representación, de la mano de unos actores que entran perfectamente en el juego. El director, por su parte, supo entender que el juego de pistas se apoyaba esencialmente en el texto, en las palabras y en los acentos que iban derramando los distintos personajes, ante un detective Poirot dispuesto a no dejar pasar ni una. 

    La sobriedad de aquella película de Lumet, que se encerraba sin miedo en el expreso de Oriente con apenas el contrapunto del paisaje nevado que se observa desde las ventanas, contrasta con el exhibicionismo de Branagh. En la nueva versión de Asesinato en el Orient Express, la cámara se mueve por doquier, como en el travelling suntuoso que acompaña a Branagh y a Pfeiffer cuando suben al tren. Mientras, la fotografía tamizada y de tonalidades mate que evocaba los años treinta de la película de Lumet desaparece, y emergen puestas de sol claramente digitalizadas. Estéticamente, una no sabe qué película pretendía hacer Branagh. El problema es que tampoco terminan de funcionar los actores, con la excepción de una Michelle Pfeiffer a quien el director regala uno de los planos más interesantes de la película, cuando el personaje revela su verdadera identidad. 

    La respuesta al misterio de Asesinato en el Orient Express la encontramos quizá en la interpretación del propio Branagh, que encarna un Poirot que va más allá de lo excéntrico y de lo obsesivo. Branagh plantea un detective que se toma a si mismo en serio: excesivamente sensiblón cuando recuerda a su amada y demasiado protagonista para una película y una trama esencialmente coral. De ahí, quizá, que la película nos presente al personaje mediando ni más ni menos que en el conflicto israelí. 

    Al final, cuando Poirot reúne a todos los pasajeros para exponer su resolución del crimen, Branagh se filma a si mismo separado del resto. Detrás, tiene el tren, que le ilumina. Por si fuera poco, el detective expone un furioso discurso en torno a la venganza y a los límites de la justicia. Lumet prescindió de este subrayado. En la obra de Christie planeó el profundo humanismo de Poirot, que siempre lamentó llegar tarde a la hora de impedir una muerte. Eran los años treinta, y la autora gestó su personaje a partir de las heridas que había dejado la guerra. Branagh ha querido explicitar el poso más trascendente de Poirot. Ha creído saber más que nadie y, quizá por eso, ha cometido el error más simple: el de dejar sus huellas por toda la escena del crimen.

    A favor: Michelle Pfeiffer. 

    En contra: El papel de Branagh.

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