Todas las películas en las que aparecen personajes de la misma edad son, por defecto, retratos generacionales. Da lo mismo que los personajes se sientan únicos, su presunta excepcionalidad es en verdad anecdótica: todos formamos parte de un todo. En este sentido, resulta interesante comparar el segundo largo de (Barcelona 1976), largamente esperado tras (2010), con la reciente (2017), el debut tras la cámara de (Barcelona, 1992), ya que ambas tienen como telón de fondo ese Berlín convertido, durante un tiempo, en polo de atracción para españoles que huyen de la crisis. Un Berlín en ambos casos riguroso e inmersivo que rechaza la helada postal, para convertirse en un espacio orgánico donde los protagonistas cambian de piel, tratando de dejar atrás su pasado en busca de un futuro incierto, visto con mayor pavor por esos treinta y tantos a los que abofeteó la crisis que por esos millenn
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