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    El escándalo Ted Kennedy
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    El escándalo Ted Kennedy

    El príncipe de las mareas

    por Marcos Gandía

    Curiosa, como poco, la carrera de John Curran. Director que se toma su tiempo entre película y película, a simple vista costaría ver en ellas, que van de adaptaciones de clásicos de la literatura anglosajona a guiones de terceros originales, algún nexo común. No obstante, si uno analiza (y eso es lo que un crítico de cine suele hacer con su tiempo libre) su obra encontrará un nexo común en todas ellas: personajes empeñados en hacer el bien que acaban cayendo en el mal. Ted Kennedy (un adecuadamente inexpresivo, cuando no patético y ridículo, un clown sin gracia, Jason Clarke) sería el último ejemplo de la lista de antihéroes de Curran, entre los que destaca el Edward Norton de El velo pintado, hasta la fecha el mejor trabajo de su autor. Una extraña corriente de simpatía y de comprensión se cierne sobre este príncipe de la política, incapaz de demostrar empatía con nadie, de enmendar sus errores y de aceptar su culpa. Aun habiendo cometido un homicidio involuntario con negación de auxilio y fuga del lugar de los hechos, del accidente que le costó la vida a la ex secretaria de campaña de su asesinado hermano Bob, Ted Kennedy es para Curran una víctima. De esa manera le trata todo el rato, mucho más cuando comienza a surgir a su alrededor toda una serie de cortesanos de la aristocracia Kennedy: políticos, abogados y demás gente de mal vivir, prestos todos a tapar los errores del senador.

    El escándalo Ted Kennedy apuesta por una ceremoniosa estructura shakespeareana para hablar del heredero de un reino (el Camelot del clan Kennedy) atormentado por los fantasmas de sus hermanos muertos y por el de un padre silencioso, casi un muerto en vida, a quien presta toda su sabiduría como actor el enorme Bruce Dern. John Curran hace de un film de investigación y denuncia, su particular Hamlet, donde la verdadera víctima (Mary Jo Kopechne, dignificada vía interpretación por Kate Mara) es una Ofelia que flota en el lago, un sacrificio para esos monarcas apellidados Kennedy. Encantado con haber descubierto que la gran tragedia norteamericana es como las grandes tragedias del teatro isabelino, William Shakespeare al frente, Curran diluye conscientemente toda la carga crítica que se le podría suponer a la reconstrucción de esta parte de la crónica negra y política de los Estados Unidos del siglo XX. En cambio, acentúa el tono de farsa trágica teatral (la puesta en escena lo es), en especial con el contrapunto (ético) de Ted Kennedy: su primo, asesor, abogado y niñera. Interpretado por Ed Helms, esta suerte de bufón de Hamlet termina transmutado en el Falstaff de varias de las piezas del bardo británico. O en el Falstaff de Orson Welles en la inmortal Campanadas a medianoche: el fiel perro guardián traicionado por la estupidez y cobardía del príncipe, rey que (en este caso, y no es un spoiler, jamás sería).

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