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    Mejor que nunca
    Críticas
    3,5
    Buena
    Mejor que nunca

    Pompones

    por Alberto Corona

    A los pocos minutos de que comience Mejor que nunca, tú sabes que ya has visto Mejor que nunca. El desinterés de Zara Hayes, su directora debutante (luego de haber realizado un par de documentales), por insuflarle un mínimo de originalidad a la historia es palpable desde el principio, y se contenta con dejarle espacio a la protagonista interpretada por Diane Keaton para que esta brille con luz cenicienta y otoñal, siendo su veterana voz en off la que nos guía por estos primeros compases y facilita que, en este mismo margen de tiempo, podamos construir el resto del relato en nuestras cabezas. Decir que Mejor que nunca es previsible, por tanto, sería un eufemismo casi demasiado optimista, porque la película lo sabe, y también sabe perfectamente cómo sobreponerse a ello.

    Existen tantas y tantas películas protagonizadas por grupos de personajes derrotados, asistiendo al crepúsculo de su vida y encontrando una forma de recuperar la dignidad en el hobby/deporte/trabajo que menos se esperen sus semejantes, que Mejor que nunca puede limitarse a recostar la cabeza sobre este nutrido imaginario para, plácidamente, decir lo que tiene que decir sin alzar la voz, sin desafiar un background fortalecido por los años y la sucesión de films similares. Por suerte, lo que la película de Hayes quiere decir es algo bonito, e incluso se reviste tímidamente de una especie de relevancia para la actualidad. Frente las extenuantes narrativas de tipos en plena crisis de los 40 —puesto que, no nos engañemos, los grupos que mencionábamos antes suelen ser mayormente masculinos—, Mejor que nunca prefiere darles el papel protagónico a las personas que más necesitan este tipo de historias; principalmente porque la propia industria del cine también ha sido cómplice de su rechazo. Estas protagonistas son, por tanto, señoras. Señoras mayores que están un poco hartas de todo, a quienes les encanta intercambiar batallitas entre copazos de tinto, y que pretenden cumplir el sueño de la adolescencia que la aparición de maridos, hijos y yernos (en una palabra, hombres) les impidiera seguir en su momento.

    El sueño que planea sobre Mejor que nunca es tan inane como formar un equipo de animadoras, y el hecho de que la comunidad de retiro en la que todas ellas han acabado recalando no tenga equipo de ningún tipo tampoco será un problema. Por supuesto que de primeras es raro y las malas lenguas murmurarán que chochean, pero el equipo de viejas glorias que lidera Keaton —y entre las cuales se encuentran también una espléndida Jacki Weaver y una Pam Grier de eterna mirada perdida— no se rendirá en su empeño y se meterá de cabeza en las típicas escenas de entrenamientos ridículos, dramas personales que van asaltándolos a cada tanto, y una actuación final que termine de cerrar todas las bocas. Los atractivos que puede ofrecer Mejor que nunca, dado lo rígido de su ensamblaje, son algo escasos, pero siempre se benefician de la hermosa y pertinente silueta de mujeres marginadas tratando de salir adelante. La sororidad, la autodeterminación y el enfrentamiento contra un ceñudo patriarcado representado por un hijo al que no le gusta que “su madre haga el ridículo” se dan de la mano en la película de Hayes para conseguir que su visionado, si bien carente de sorpresas, se ofrezca siempre agradable, y los noventa minutos pasen tan volando como la hora y media de siesta que consumaríamos en caso de pillarla en la tele a las 4 de la tarde.

    Una siesta que haríamos mejor en no echarnos, porque dentro de la asumida intrascendencia de Mejor que nunca, dentro de sus lugares comunes y sus estructuras sobadísimas, late un entretenimiento digno, asequible e incluso emotivo por momentos. La imagen de señoras mayores que se liberan de los hombres que les arruinaron la vida para simplemente saltar a la pista y bailar pompones en mano, al final, ya resulta potente de por sí como para encima molestarse en dar con un guión que conduzca la trama hasta ese punto. Mejor que nunca, en definitiva, es una película muy consciente de lo que necesita y lo que no y, desde luego, lo que no necesita ahora es nuestra condescendencia.

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