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    Parásitos
    Críticas
    5,0
    Obra maestra
    Parásitos

    Severa virulencia

    por Quim Casas

    El cine de Joon-ho Bong nunca ha perdido la virulencia corrosiva que esgrimió en sus primeros largometrajes, pero en Parásitos, quizá su opus pleno, no sé si su obra maestra absoluta, pero si una de las mejores películas del cine contemporáneo, lo vuelve a exponer en toda su plenitud acompañado de una puesta en escena armoniosa de todos los elementos que constituyen un filme, desde la idea original hasta la disposición de los personajes en el encuadre para explicar conceptos además de narrar situaciones. El plano en el que una de las dos familias protagonistas de Parásitos, la de los "siervos" que desean convertirse en "amos", bebe, charla y canta en el salón de estar de la lujosa casa que no es la suya mientras contemplan el bello anochecer a través del enorme ventanal, es un buen ejemplo de cómo una imagen, un plano, un encuadre, una elección de personajes dispuestos frente a la cámara, puede ser algo más que una sucesión de fotogramas (digitales) que nos hacen comprender a unos personajes concretos; es un concepto ético e ideológico en sí mismo.

    Abundan muchos momentos en este sentido en la última película del director de Memories of Murder (Crónica de un asesino en serie). Pero que no se me entienda mal. No es un filme que brille por esos momentos o 'set pieces' (la que tiene relación con la pelusilla de la piel de melocotón, o la tormenta catártica del final, serían otros dos buenos ejemplos), ya que su discurso global, y el montaje del mismo en términos cinematográficos, es coherente y ejemplar: es una película completa, redonda, sin ningún bache, de extremada precisión. Joon-ho plantea una relación entre miembros de clases sociales antagónicas sirviéndose de elementos previos que hemos visto en otras películas de la modernidad europea sobre sumisiones y suplantaciones -El sirviente de Losey, La ceremonia de Chabrol, incluso, a su manera, Teorema de Pasolini- y también en títulos surcoreanos -las distintas versiones de Hanyo (La criada), o Stoker de Park Chan-wook-, pero lo hace desde una perspectiva distinta en la que abunda el sentido del humor sin que ello le haga perder un ápice de severidad.

    Poco a poco, con una estrategia casi geométrica, los cuatro miembros de una familia que malvive en los suburbios en un piso a ras de tierra que haría las delicias de los primeros Jeunet & Caro -el wáter colocado encima de una tarima, el agua de lluvia que lo inunda todo, el hecho de abrir las ventanas cuando hay exterminadores de insectos en la calle para así eliminar las chinches del piso- se instalan, simulando ser quienes no son (un profesor de inglés, una profesora de arte, un chófer y una sirvienta), en la confortable casa de un moderno arquitecto, su esposa y dos hijos con aspiraciones artísticas. Hay un elemento disonante en esa estrategia geométrica, el de la antigua ama de llaves de la familia del arquitecto que reaparece cuando no debería hacerlo, lo que lleva el relato hacia los confines subterráneos de una nueva moralidad.

    Es divertida y es inquietante. Se ríe de la violencia sin banalizarla. Compone meticulosamente una serie de arquetipos sociales para después dinamitarlos. No sé si existe el cine perfecto, o de si debería existir la perfección cinematográfica, pero de ser así, Parásitos estaría muy cerca de conseguirlo.

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