Expediente Warren: El último rito
Críticas
3,0
Entretenida
Expediente Warren: El último rito

Emotiva despedida de Ed y Lorraine

por Tomás Andrés Guerrero

Con Expediente Warren: El último rito parece que llega el momento inevitable: el adiós de los Warren en la pantalla grande. Después de más de una década de casas embrujadas, demonios y sustos que hicieron saltar a medio mundo, este capítulo final intenta despedirse con un aire solemne, cargado de nostalgia, pero sin dejar de lado las artimañas clásicas que convirtieron a la saga en un fenómeno. Aunque se echa de menos algo más potente, en un año que hemos tenido joyas de género como Devuélvemela o Weapons.

La película abre con un caso que, en apariencia, sigue la línea habitual: una familia común atrapada en una pesadilla paranormal que se cuela por las paredes de su hogar. Sin embargo, lo que realmente mueve la historia no es tanto la nueva posesión en turno, sino la relación de Ed y Lorraine con su propia hija. Ahí está la clave: la trama es más íntima, más centrada en lo personal que en lo espectacular, como si quisiera recordarnos que detrás de cada exorcismo había dos personas con miedos, dudas y una vida doméstica que también se veía sacudida por lo inexplicable. Estamos pues, ante un emotivo tributo a la saga y sus protagonistas más que a una secuela.

Un amor que puede con todo mal

Patrick Wilson y Vera Farmiga, que ya son casi sinónimos de estos personajes, sostienen la película con la complicidad de quien lleva años interpretando a la misma pareja. Hay momentos en los que basta una mirada entre ellos para transmitir el peso del peligro, o la ternura de un matrimonio que, pese a todo, nunca se rompió. Esa química, más que los demonios y espíritus malignos, es la que logra darle corazón al cierre.

New Line Cinema/Warner Bros.

Ahora bien, cuando hablamos de terror, esta cuarta entrega cumple, pero de una manera más mecánica que inspirada. Y es que, lamentablemente los fans acabarán echando de menos la sabia mano de James Wan tras las cámaras (al que vuelve a sustituir por segunda vez Michael Chaves). El recurso de los efectos digitales terminan robándole parte del encanto a esa tensión más atmosférica que caracterizó a las primeras películas. Aquí hay mucho ruido, maquillaje que hemos visto un millón de veces y hasta un aroma a 'feel good movie' -a ratos- que hace pensar más en una superproducción de Hollywood que en una historia de terror clásica.

Eso no significa que la película sea un desastre; de hecho, hay escenas que devuelven esa sensación de estar presenciando algo realmente siniestro, momentos en los que uno entiende por qué esta saga marcó la pauta del género durante tantos años. Pero en conjunto, la cinta parece debatirse entre dos caminos: cerrar con una nota emotiva y reflexiva o irse con un espectáculo de gritos y fantasmas voladores. El resultado se queda entre dos aguas.

Lo más llamativo, quizás, es el tono de despedida. Se aprecia en la puesta en escena, en el guion y, sobre todo, en la forma en que la cámara se detiene en Ed y Lorraine. Y aunque uno puede discutir si el final es lo suficientemente aterrador y sofocante, no se puede negar que hay una cierta melancolía que atraviesa la película y que conecta con cualquiera que haya seguido esta saga desde el inicio.

Estamos ante un más que posible cierre que respeta los más fans de la saga. No es la entrega más aterradora ni la más innovadora, pero sí una especie de homenaje a lo que significaron los Warren para el cine de terror contemporáneo. Es una película que se disfruta más si uno la ve con ese espíritu: como el último capítulo de una historia que supo asustar, emocionar y, en cierta forma, redefinir el miedo en la gran pantalla. La American Pie: El reencuentro del cine de terror.

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