'Harry Potter y La Piedra Filosofal' puede parecer la entrega más infantil, pero fue la más complicada: fue una carrera contrarreloj
Sara Heredia
Sara Heredia
-Redactora jefe SensaCine
Cargada con una mente abierta y mucha curiosidad, explora cualquier documental, película, serie y miniserie que empiece a hacer ruido.

Hay películas que no se pueden ver solas y 'Harry Potter' viene acompañada de otras siete películas. ¿Cómo fue el proceso hasta que llegó a construirse el fenómeno mundial?

Warner Bros.

Quizás no lo recuerdes, pero hubo una época en la que las gafas redondas se asociaban más a John Lennon que a Harry Potter. Un tiempo en el que la magia estaba más relacionada con brujas y encantamientos que con una maravillosa escuela a la que todos los niños quieren ir. Un momento en el que JK Rowling era solo una madre soltera con problemas económicos. Pero en 1997 y, más concretamente, en 2001, todo cambió. Fue cuando se publicó el libro y, posteriormente, se estrenó la película, lo que terminó de rematar un fenómeno que estaba a punto de despuntar y que nos ha cambiado la vida a muchos.

Entre castings imposibles, rodaje milimetrado en Reino Unido, decisiones de marketing tan discutibles como cambiar el título y una autora empeñada en que nadie “americanizara” Hogwarts, La Piedra Filosofal, que algunos ven como la “más infantil” de la saga, terminó levantando algo mucho más serio: los cimientos visuales, musicales y emocionales de todo el universo Harry Potter.

La repasamos en una nueva pieza de No son como las demás.

Puede que La piedra filosofal pueda parecer la más infantil de la saga y, por tanto, la más sencilla de hacer, pero fue de todo menos eso. Warner Bros. se hizo con los derechos en 1999 cuando la saga estaba despuntando -aunque ya se veía que iba a ser un éxito global- y se encontró con una carrera contrarreloj para levantar una superproducción en Reino Unido y encontrar a un Harry Potter creíble. Tenían prisa porque tenían que llegar a tiempo para subirse al tren del fenómeno editorial.

Chris Columbus, que venía de dirigir títulos familiares como Solo en casa y Señora Doubtfire, se embarcó rápido en el proyecto. El verdadero quebradero de cabeza fue el casting de los protagonistas. El estudio organizó castings masivos en los que pasaron miles de niños por delante de la cámara leyendo fragmentos del libro. Todos debían ser británicos a petición de J.K. Rowling, que quería mantener el espíritu de internado inglés.

Durante meses, ningún candidato terminaba de encajar y casi se quedan sin Daniel Radcliffe para el papel protagonista porque sus padres se negaron a lanzarlo a una franquicia tan grande. Fue la insistencia del productor David Heyman y el director lo que acabó inclinando la balanza. Cuando lo vieron en la prueba de cámara junto a Rupert Grint y Emma Watson, entendieron que ahí estaba el triángulo protagonista. La apuesta parecía arriesgada —tres desconocidos llevando sobre los hombros una megaproducción—, pero hoy es casi imposible imaginar otra combinación.

Se dice que en el cine no hay que trabajar ni con niños ni con animales, así que imagina la logística que implicó un rodaje con decenas de escolares. Las leyes británicas limitan las horas de trabajo de los menores, así que solo podían actuar unas cuatro horas al día.

Niños serios en un parque de atracciones: la construcción de un universo mágico

Menos mal que Columbus tenía experiencia en este ámbito y que, además, parece que lo disfrutaba. Por eso supo comprender muy bien las motivaciones de los niños protagonistas y trasladarlo a la gran pantalla para atraer la atención de espectadores de todas las edades. Le interesaban los niños como personajes serios, con miedos y deseos reales, y le gustaba envolverlos en escenarios que parecieran parques de atracciones gigantescos, pero con contacto con lo doméstico.

La piedra filosofal es casi un compendio de sus obsesiones: el hogar inhóspito de los Dursley, el refugio cálido de la cabaña de Hagrid, el comedor de Hogwarts como prolongación monumental de un comedor familiar, pero lleno de velas voladoras y banquetes interminables. La elección de John Williams para la banda sonora remata ese enfoque clásico: la partitura, con el ya icónico tema asociado a Hedwig, imprime al mundo mágico una mezcla de maravilla y melancolía que se convertiría en marca de la casa.

Más de dos décadas después del estreno, Harry Potter y la piedra filosofal sigue ocupando un lugar peculiar en el imaginario colectivo. Para muchos espectadores es “la película infantil” de la saga, la más luminosa, la que se revisita en Navidad casi como un ritual. Pero también ha adquirido otra dimensión: la de primera gran piedra de toque de una franquicia audiovisual que aún hoy se está reescribiendo. El anuncio y desarrollo de una nueva serie televisiva que pretende adaptar de nuevo los libros, con temporadas dedicadas a cada entrega, vuelve a poner en el centro la comparación con esta película fundacional.

FBwhatsapp facebook Tweet
Links relacionados