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    Cannes 2018: Ovación para 'Climax', la 'rave' hasta el fin de la noche de Gaspar Noé

    El polémico realizador de 'Irreversible' regresa al festival con una de sus mejores obras. En competición oficial brillan Alice Rohrwacher y Jafar Panahi. El 'Fahrenheit 451' de Michael B. Jordan no quema tanto como prometía.

    Gaspar Noé es sinónimo de controversia allá donde vaya. Cineasta de talento superdotado, capaz de elaborar juegos narrativos incontestables y con una mano para el plano-secuencia que no es de este mundo, suele estrellar sus filmes merced a su denodada tendencia al exceso, ya venga por el lado del sexo, de las drogas, de la ultraviolencia o de la mezcla de todo ello. Notoria fue la controversia de Irreversible (2002), una película fascinante en su puzle narrativo pero que quemó los límites de lo soportable retratando en plano fijo una horrible violación y paliza al personaje que daba vida Monica Bellucci. Siete años le costó hacer otra película: Enter The Void (2009), otro impresionante trabajo estético donde se acumulaban todas las parafilias del cineasta a modo de volcán en erupción; demasiado incluso para los más fans. Algo parecido ocurría con Love (2015), su juego porno 3D donde la brillante puesta en escena acababa siendo violada por el propio cineasta masturbándose y eyaculando sobre la pantalla para así, por fin, poder follarse al espectador de una vez por todas.

    No creo que Noé haya escarmentado en absoluto (la crítica suele crucificarlo), no es su estilo, pero sí que es cierto que en Climax, presentada en la Quincena de Realizadores, es la primera vez desde I Stand Alone (1998) donde contingente y contenido andan más alineados. La película, básicamente, cuenta una noche de fiesta donde un grupo de bailarines acaba de ensayar su obra. Ya sólo las secuencias de baile, filmadas (de nuevo) en exquisito plano secuencia, son un auténtico deleite plástico, un festín tanto para los amantes del musical de Minelli y Kelly como para los que simplemente disfrutan viendo a gente bailar en la gran pantalla. La música pop figura en primer plano, mezclada a modo de 'samplers' electrónicos, creando un entorno sonoro que nunca se detiene a modo de 'rave' sin fin. Hasta aquí, todo absolutamente brutal. Pero claro, Noé es Noé, así que a partir de que los bailarines descubren que alguien ha echado ácido en la sangría la cosa empieza a ponerse un poco Madre! (2017): violencia, sexo y desesperación empiezan a comerse la pantalla, cruzando tanto la asfixia de la pesadilla con la comedia negra. Sin embargo, pese a un par de momentos bastante salidos de madre, Climax se contiene lo suficiente para que el ibídem no acabe con la paciencia del espectador. Más bien todo lo contrario: gracias a esa bajada de pulsaciones bizarras, ésta se descubre como una de las películas más totales de su director.

    El pinchazo del día lo dio Fahrenheit 451, nueva adaptación del libro de Ray Bradbury -más que 'remake' del filme homónimo de Truffaut- a cargo del cineasta Ramin Bahrani (a quién no conozco de nada). El futuro distópico, donde el Gobierno buscar aniquilar la cultura quemando libros (y películas, discos, etc), aquí imaginado busca tener como referente la serie Black Mirror, metiendo con calzador un Internet totalitario donde los bomberos incendiarios son los nuevos ídolos de las masas. Metáfora bestial sobre la era Trump (y más) y cómo el poder siempre trata de controlar a las masas volviéndolas lo más borregas posibles, la película sí posee una defensa a ultranza del arte literario -se citan decenas de obras y se leen fragmentos de Dostoyevski, Steinbeck o Proust-, pero todo ello enmarañado en un 'thriller' de serie B bastante ramplón. La estética neo-futurista, curiosamente y siendo una producción de HBO, se asemeja bastante a productos fantásticos de Netflix como Bright (2017) o Mute (2018). Siendo lo mejor de la cinta sus protagonistas, los siempre infalibles Michael Shannon y Michael B. Jordan. Por cierto, la actriz Sofia Boutella aparece tanto en el filme de Noé como en el de Bahrani (mucho mejor como estrella de la danza contemporánea macabra).

     Alejandro G. Calvo

    La italiana 'Lazzaro Felice', otra firme candidata a la Palma de Oro

    Ya con la mitad de las películas a concurso proyectadas, la sensación es que nos encontramos ante una de las secciones oficiales de Cannes más interesantes de los últimos años. Con escasas obras maestras, pero con un buen nivel de la mayoría de títulos. Entre lo más excepcional, Lazzaro Felice de Alice Rohrwacher. La italiana se dio a conocer internacionalmente hace cuatro años con El país de las maravillas, su segundo largometraje que supuso ya una bocanada de aire fresco en la Sección Oficial de Cannes de 2014. Su tercer filme, Lazzaro Felice, la confirma como uno de los nuevos grandes nombres del cine contemporáneo al tiempo que su acogida entusiasta por parte de la prensa la ha convertido en una firme candidata a la Palma de Oro.

    La película arranca en un caserón en medio del campo sumido en las tinieblas... a falta de una bombilla eléctrica. Eso no impide que lo que intuimos como una familia muy numerosa se agolpe al lado de la ventana para escuchar a una especie de tuna rural cantarle una canción galante a una de las muchachas. El bellísimo naturalismo de la puesta en escena y la pulsión documental que plasma un pedazo de vida en un rincón de la Italia profunda recuerdan tanto a una versión campesina de La terra trema de Luchino Visconti como al cine del recientemente desaparecido Ermanno Olmi. El devenir de los acontecimientos nos descubre sin embargo que la situación es menos cotidiana de lo que parece. Los protagonistas, varias familias de labriegos, viven dominados por una supuesta marquesa que los mantiene aislados de las estructuras socioeconómicas actuales. Cuando se descubre el engaño, todos emigrarán a la ciudad. Menos Lazzaro, un huérfano de bondad infinita que acaba marcando el destino de los personajes.

    Lazzaro Felice aúna una actualización de las estéticas, imaginarios y situaciones del Neorrealismo (el protagonismo colectivo de los desfavorecidos, el itinerario que convierte a los pobres del campo en los pobres de la ciudad, el recurso a la picaresca, la atención a las labores obreras...) con una tendencia a la fábula y al fantástico a través de un personaje insólito: Lazzaro, encarnación de una inocencia inmaculada, un tanto idiota dostoievskiano, un poco Francisco de Asís y algo de variante masculina de la Gelsomina de La Strada de Fellini.

    No es tarea fácil convocar toda una serie de referentes clásicos desde una perspectiva contemporánea y no caer en el pastiche o el homenaje hueco. Lazzaro Felice entronca sin rechinar con la tradición más importante del cine italiano desde un enfoque original y arriesgado, que llena de magia su retrato de las formas ancestrales y contemporáneas de explotación y desigualdad socieconómica. Y consigue hacernos creer en la posibilidad de existencia de ese muchacho íntegramente bueno y feliz que es Lazzaro.

    Como sucedió con el cineasta ruso Kirill Serebrennikov, Jafar Panahi ha sido protagonista de Cannes a través de su ausencia involuntaria, ya que también tiene prohibido salir de su país. Su nueva película Three faces se distancia del cine de encierro que ha venido practicando desde que fue condenado a arresto domiciliario por el Gobierno de Irán, de esas películas como This Is Not A Film (2011), Closed Curtain (2013) y Taxi Teherán (2015), a través de las que ponía de manifiesto su imposibilidad de rodar de forma normalizada. Esta vez Panahi no convierte su propia situación en el centro del relato y, por el contrario, acude a la llamada de socorro que una muchacha envía a través de un vídeo a la actriz Behnaz Jafari quien, como el propio Panahi, se interpreta a ella misma en el filme. Así se se aleja de este cierto ensimismamiento y del contexto urbano por donde se han movido su filmografía hasta el momento para adentrarse en el territorio propio del cine de Abbas Kiarostami, su maestro fallecido. Jafari y Panahi se dirigen a un pueblo cerca de la frontera en Turquía a través de una de esas carreteras zigzagueantes tan kiarostamianas. Su itinerario se hace eco continuo de películas como ¿Dónde está la casa de mi amigo? o El viento nos llevará, al tiempo que ofrece un retrato humano del Irán profundo sin dejar de denunciar las represiones que sufren las mujeres, como la muchacha que motiva todo el viaje, a la que su familia prohíbe convertirse en actriz. Que bien le sienta a Jafar Panahi esta excursión por territorios ajenos en más de un sentido.

    Eulàlia Iglesias

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