Listo para morir en combate. Así me siento ahora mismo, mientras tecleo -siempre tecleando, aunque la gente básicamente me vea en el reproductor de YouTube- estas palabras y en Sitges ya está anocheciendo. A esta hora (20.00 h.) se está celebrando la gala inaugural del festival, donde se proyecta Mona Lisa and the Blood Moon, ocasión que he aprovechado para recluirme y teclear -decía Carlos Losilla que uno ya sólo piensa cuando escribe- este primer texto, dado que la película en cuestión la vi en el pasado Festival de Venecia (podéis leer mi opinión de la película aquí). Este año en Sitges me toca doble función: cronista y jurado de la crítica. Algo salvaje, lo sabía cuando lo acepté, dado que Sitges tiene una sección oficial competitiva demencial, con 38 largometrajes y 33 cortometrajes, visionados a los que habrá que sumar las películas que me muero de ganas por ver y que no están en competición: Veneciafrenia de Alex de la Iglesia (qué raro que no compita), La abuela de Paco Plaza, Prisoners of the Ghostland de Sion Sono, El caballero verde de David Lowery, la serie Historias para no dormir y, en fin, el puñado de clásicos restaurados que siempre uno disfruta especialmente cuando ve en pantalla grande. Así que me esperan nueve días realmente intensos, que estoy, al mismo tiempo, deseando devorar y deseando que no me devoren. Son veintidós años seguidos viniendo a Sitges para empaparme en cine fantástico y siempre pienso lo mismo cada vez que me adentro en el Auditori: de todos los festivales del mundo, este es el único en que es imposible aburrirse. Porque si una película es floja, por la razón que sea, al menos está disfrutando con zombis, vampiros, caníbales, japoneses chiflados y mind-fucks en distinto nivel de abstracción, lo cual es siempre mucho mejor que ver un drama rumano sobre inmigración o la crónica realista de la enfermedad y muerte de una pareja de ancianos. Así que sí, vengo a morir en combate, pero con una sonrisa en el rostro.
Películas. Vamos con ellas. Empezamos con The Execution del realizador ruso Lado Kvataniya (ópera prima). Thriller con psychokiller y con psycho-policías, la película sigue la investigación, hacia adelante y hacia atrás en un juego temporal continuo, de un asesino en serie de mujeres. Los crímenes, grotescos, van a la zaga de las propias investigaciones policiales, donde los investigadores torturan física y psicológicamente a los posibles asesinos, hasta el punto que uno acaba por confundir quién es el lobo y quién el cordero, si no es que todos son un puñado de lobos hijos de su madre. Kvataniya parece haberse estudiado tanto a David Fincher como a Russell Mulcahy, tanto a la hora de construir una cinta de cine criminal visceral como una serpenteante investigación que no parece llegar nunca a buen puerto (tiene algo de búsqueda desesperada a lo Memories of Murder (2003) de Bong Joon Ho). La narración paralela que mezcla sexo con palizas policiales, esa forma de llevar la violencia al extremo, así como unos personajes de nula moral y cierta cadencia hacia la insania, hace que la película recuerde a las cintas extremas del desaparecido realizador ruso Aleksei Balabanov (lo que me gusta sobremanera). Sin duda, estamos delante de una de las grandes sorpresas de este festival.
Otro debut en el largometraje a competición: Censor de la realizadora galesa Prano Bailey-Bond. Protagonizada por Niamh Algar -la "madre" de Raised by Wolves (2020)-, ambientada en los años 70 la película sigue los pasos de una censora de escenas violentas y/o sexuales (por lo general van unidas), es decir, coge largometrajes de terror bestial y señala aquellos momentos que podrían herir la sensibilidad pública. Estamos en la época del auge del VHS y el direct-to-video, del cine 'exploitation' y de la circulación prohibida de películas hardcore; así que nuestra censora tiene mucho trabajo que hacer en una sociedad que no deja de asociar la violencia en las calles con la violencia en el cine. El giro que presenta Censor se ve venir desde el primer plano, siguiendo la máxima cronenbergiana de Videodrome (1983), tanta imagen brutal acaba por alterar la realidad de lo que siente y ve la protagonista, y trata de convertir Censor en una de las películas que, a su ínclita manera, parece homenajear, esta vez sin censura. Un disfrute bastante divertido que los fans del género abrazarán con amor.