
Presentada en la última edición del Festival de Cannes, fue de lo más llamativo de la sección Un Certain Regard. Distribuye A24 -elevated horror warning- y dirige el cineasta islandés Valdimar Jóhannsson, un todo terreno de los equipos de producción en Islandia, cada vez que una 'major' viaja al país helado a rodar un blockbuster (la lista de películas y series en las que figura acreditado es de traca): Juego de tronos, Banderas de nuestros padres, Prometheus, Fast & Furious 8, Rogue One, Batman Begins… él, por su parte, lo tiene claro -he podido entrevistarle al salir del pase de Lamb- y considera a su maestro a Béla Tarr y su devoción estética es el slow cinema. Lo que nos da dos pistas claras sobre su carácter: es un trabajador nato, un realizador que piensa principalmente en imágenes y cuya narrativa discurre lenta y silenciosa haciendo crecer la dimensión fantástica de su relato hasta impregnar cada esquina del encuadre. Dicho eso: Lamb me ha gustado mucho. Vamos con ella.

Una pareja (Noomi Rapace y Hilmir Snær Guðnason) vive aislada en las montañas cuidando de su pequeña granja de corderos y ovejas. El día a día pasa por alimentarlas, cuidarlas, ayudarlas a tener crías. Son gente sencilla, que se quiere y no necesitan de muchas palabras para demostrarlo.
La irrupción del fantástico en sus pequeñas vidas lo hará en forma de criatura imposible -que no os la destripen antes de ver la película- lo que, en vez de debilitar a la pareja, por el contrario, hacen que su amor se reproduzca, haciendo que Lamb posea un equilibrio delicado y emocionante entre el horror y el amor que es la clave de su éxito. A su manera la película de Jóhannsson nos habla de cómo alcanzar la felicidad a través de los designios insondables de un Dios que nos ignora por completo. De cómo el fantástico es capaz de abrir nuevas puertas a nuestras vidas, aunque éstas acarreen también muerte y redención. Y Lamb expone el drama con los mínimos elementos necesarios para hacer creíble lo increíble.

A Ben Wheatley, que siempre había sido nuestro goodfella, buena parte de la crítica (por no decir toda) le hinchamos a tortas cuando se puso a sueldo de Netflix para pergeñar su remake de Rebeca (1940). El realizador inglés, poseedor de una carrera siempre ligada al cine de género -thriller, terror, sci-fi, criminal, lo que sea que es A field in England (2013)-, había conquistado nuestro corazones freaks gracias a bromas macabras como Turistas (2012) o a adaptar lo inadaptable (como Cronenberg) en aproximación al universo de J.G. Ballard en High-Rise (2015). Así que igual se nos fue la mano cuando decidimos castigarle por ese mondongo adocenado que fue Rebeca (2020).
Punto para él, que recaudó dinero y energías suficientes para volver con una locura tan deliciosa como es In the Earth, puro Wheatley de pies a cabeza (también ha escrito el guión), en una pieza de terror que tan pronto se baña en el folk-horror, como en el gore más jugoso o en la abstracción lisérgica que lo hermanaría con Peter Strickland. En su nueva película Wheatley retrata un mundo post-pandemia, con científicos, guardabosques y chamanes perdidos en un bosque malsano tratando de comunicarse con las raíces de los árboles. Los dos protagonistas -acertados y esforzados Joel Fry y Ellora Torchia- se sumergen en un terror tan vívido como telúrico, donde el mal práctico tiene boca y ojos, pero el mal de verdad peligroso es tan inasible como la niebla tóxica que aparece en un monto de la película. In the Earth se convierte así en una película fundamental anti-fundamelista. Un disfrute terrorífico no exento de humor que, al acabar, con toda su chute final abstractivo, uno no puede más que sentir la felicidad de quien se ha reencontrado con un buen amigo. Y también feliz de vivir en la ciudad y no en un bosque del demonio sometido a las insalubres fuerzas de la naturaleza.


Cerramos con un divertimento en toda regla: la comedia-gore El viaje del realizador noruego Tommy Wirkola -el chiflado que nos dislocó la mandíbula a carcajadas en la saga Zombis Nazis (la segunda aún mejor que la primera)-. Wirkola repite con Noomi Rapace, ya habían trabajado juntos en Siete hermanas (2017)-, y de la mano de Netflix nos entrega un despiporre violento y sangriento con el 'bad taste' que en su día tuvo Peter Jackson. Una pareja que se odia a muerte -no es metáfora- pasan de intentar arrancarse los ojos a defenderse de un trío de tarugos asesinos recién escapados de la cárcel. Lo que arranca como La guerra de los Rose (1989) acaba convirtiéndose en un festín de desmembramientos, disparos en genitales, atropellos y trituraciones de intestinos varias que el público de Sitges recibió con dolores de tripa de tanto reír (Joaquín Reyes, jurado de la oficial, de los que más reía). A estas cosas se viene a Sitges joder.
