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    Objetivo: Londres
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Objetivo: Londres

    Fallas en Piccadilly Circus

    por Marcos Gandía

    Leí en algún sitio que en diez minutos de un episodio de la teleserie 24 pasaban mil cosas más que toda una temporada de Homeland. Eso sucedía en las primeras temporadas de las aventuras de espionaje y política de Carrie Mathison, claro, porque en las últimas el ritmo ya se ha disparado y el modelo de las misiones contrarreloj de Jack Bauer se ha convertido en el esquema a seguir y reproducir. Todo eso quedaba bien expresado cuando el asalto a la Casa Blanca en la penúltima temporada de 24 era reciclado en su homónimo en Pakistán en la cuarta de Homeland. Entre medias, como una película de acción barata, una de aquellas series B que en los tiempos de la seminal Jungla de Cristal inundaron cines y estanterías de videoclubes, surgió Objetivo: la Casa Blanca, cuya pirada (y obligada, al menos para quienes nos declaramos fans de ese Gerard Butler salvador de culos presidenciales USA) secuela londinense llega ahora.

    Serie B típica de la productora Millenium, sus hipérboles en escenas de tiroteos, explosiones y efectos sangrientos (todo ello generado por ordenador) estaban al servicio de un tebeo. Mucho más tebeística es Objetivo: Londres, machacada por esa crítica que espera coherencia en este tipo de productos, como si tuviéramos que pedirle, por ejemplo, a un film de Steven Seagal una lectura fidedigna de la situación geopolítica del mundo actual. Fiel a lo que una secuela de una película de acción bizarra, con héroe de piedra digno de un péplum (Gerard Butler ya viene de ahí, del Leónidas de 300) y la exageración como motor, como deus ex machina. Objetivo: Londres es un no parar de escenas de acción, inverosímiles si uno se pone picajoso, pero de aplauso para quienes se las imaginan en unas viñetas de un comic o en los frames de un VHS ochentero. Vale, no aporta nada, ni siquiera es capaz de sacar punta a la localización europea más allá de tratar a la OTAN y a los europeos de incompetentes (¿no será este su mensaje político? No había caído), y repite el mismo esquema dramático de la primera entrega, ahora ya sin el lastre de presentar a los personajes. Puro cine de derribo (lógico), del que esperes que dejen de hablar y pasen a volar edificios y a dejar sin munición las armas automáticas. No será esto bocado delicioso y nutritivo para muchos, pero servidor se cita a un duelo con quién sea si hay que defenderla, y más tras la quinta e infame entrega de las peripecias de John McClane.

    A favor: sus locatis escenas de acción.

    En contra: Antoine Fuqua era mejor director.

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