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    Bumblebee
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Bumblebee

    She´s a little runaway

    por Alberto Corona

    Cuando Steven Spielberg apadrinó el paso de los Transformers de Hasbro al cine en 2007, tenía un pitch muy claro en la mente: que la cosa fuera de un chico y su coche. No de roboces dándose guantazos para desgracia del mobiliario urbano y placer lúbrico de Michael Bay, sino de eso, un chico y su coche. Ese chico acabó teniendo el rostro de Shia LaBeouf, y el coche el aspecto de un Camaro del 69 que al desplegarse se convertía en una inteligencia artificial de origen extraterrestre, que había perdido la voz durante un combate con los Decepticons, y que por ello tenía que utilizar sonidos de la radio para comunicarse. Por todo ello, no deberíamos catalogar a Bumblebee como un cambio de rumbo en esta exitosa saga, sino, más bien, como un bienvenido regreso a las raíces esenciales.

    Tras El último caballero, hacía bastante falta. El enfrentamiento entre Autobots y Decepticons se había prolongado a través de cinco películas paulatinamente más largas, con cada vez menos interés en adscribirse al enfoque de Spielberg —no por nada, La era de la extinción prescindió de LaBeouf para que Mark Wahlberg pasase a ser el protagonista—, y más atención en incrementar el bizarrismo, hacer más cafre el humor, y pensar cómo se iba a recibir el producto en China. Ya incluso antes del estreno de la última película de Michael Bay como director, Lorenzo Di Bonaventura y sus secuaces habían pensado que igual la cosa se les había ido de las manos, y el paso lógico, tras la intromisión de los Transformers en la leyenda artúrica y la aparición de un robot mayordomo/británico/esquizofrénico/ninja, parecía ser dar marcha atrás, y recordar cuál era la identidad original de la franquicia. Así es cómo nació la idea de Bumblebee, y tras haber conseguido lo más difícil sólo bastaba hacerse con un guión apañado de Christina Hodson, y la firma de un tipo tan prometedor como Travis Knight, para que el remiendo saliera bien.

    Lo que pasa que Travis Knight es mucho Travis Knight. Antes de Bumblebee, cierto, sólo había dirigido la magistral Kubo y las dos cuerdas mágicas, pero la experiencia en Laika desde sus mismos inicios lo preparaban sobradamente para hacerse con las riendas de un film de Transformers donde, por primera vez, la intención no fuera hacer unas escenas de acción más espectaculares, sino colocar un corazón tras ellas. De esta forma, Bumblebee no sólo se beneficia de fortalecer los tintes spielbergianos que siempre ha poseído, en mayor o menor dosis, el ADN de la saga, sino de que Knight y Hodson se lleven la historia a su terreno para, si cabe, hacerla más Spielberg aún. Los referentes básicos de este film —entre El gigante de hierro y E.T. El extraterrestre— se veían venir a poco que se observara el tráiler pero, por suerte, éstos han acabado sirviendo para apuntalar la narrativa, y no para inmiscuirse en ella. Porque Bumblebee sólo habla de una familia traumatizada que trata de recomponerse de una tragedia que aún no acaban de entender, y de la inesperada ayuda que les prestan seres de otros mundos para asimilarla y seguir adelante. Más o menos, y eso es lo verdaderamente genial, como Kubo y las dos cuerdas mágicas.

        

           

     Con unos mimbres tan refinados y cuidadosos, Bumblebee no tenía la necesidad de, además, valerse de algo tan socorrido como la nostalgia de los 80 para apuntalar su propuesta, pero el caso es que lo hace. Y tampoco está nada mal. La película de Travis Knight se ambienta en 1987 —más o menos la época en la que empezaron a comercializarse los primeros Transformers— y, sin embargo, este escenario no tiene más importancia para el relato que su predisposición a sazonarlo con temas de los Smiths, Bon Jovi o Rick Astley, mientras permite que la emoción emane íntegramente de los personajes, y no de las regresiones mitómanas del espectador. Imprescindible para ello Hailee Steinfeld, un absoluto acierto de cásting que acaba por reafirmar el carisma instintivo de la protagonista de Valor de ley, pero también el breve papel de John Cena empeñado en defender su actual status como mejor secundario cómico del cine comercial. 

    Bumblebee consigue sus mejores momentos cuando se mantiene cerca de los personajes y sus conflictos, mientras que, no obstante, en sus concesiones a la acción desenfrenada y el exhibicionismo androide adolece de la ausencia de un Michael Bay esnifando coca sobre el capó de Optimus Prime. Sus set pièces, mal iluminadas y poco convincentes, no atinan a amargar el buen sabor de boca que deja la película de Travis Knight en el espectador, pero sí ilustran sobre el camino que debería tomar la saga de los juguetes de Hasbro a partir de ahora: el mismo que ya esbozó Steven Spielberg hace más de diez años, pero que nunca hasta ahora había lucido tan bien. Y tan vivo.

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