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    Carmen y Lola
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Carmen y Lola

    Pienso en tu mirá

    por Philipp Engel

    Los gitanos, así en general, están que arden. Después de lo de Rosalía, que fue muy fuerte, una vasca se atreve a ‘apropiarse’ de sus jóvenes lesbianas, que se ven obligadas a vivir su sexualidad en la clandestinidad. No hay mucho que decir al respecto, tanto las obtusas polémicas como la propia película de Arantxa Echevarría, que retrata lo que sucede aquí y ahora, evidencian hasta qué punto es necesario abrir puertas y ventanas en una comunidad que se quiere inmune al paso del tiempo: ¡Que corra un poco el aire! Y menos teniendo en cuenta que la realizadora ha apostado por un respetuoso tono naturalista que evita los clichés sensacionalistas a los que se suele reducir la etnia gitana vista por los payos. Ni violencia, ni delincuencia, cargan las tintas del inevitable enfrentamiento entre estas dos chicas que se aman y el resto de la comunidad, que tratará de asfixiar su deseo. La puesta de largo de Arantxa Echevarría simplemente retrata, a lo Romeo y Julieta, un primer amor en un contexto que le es hostil, sólo porque se trata de dos mujeres, y la tradición gitana no es capaz de asumir esta realidad. Ojalá pudiéramos creer que Carmen y Lola cambiara las cosas.

    Polémicas estériles al margen, Carmen y Lola fundamenta su fuerza en sus heroínas, quintaesencenciales ya desde sus folclóricos nombres e interpretadas por Zaira Morales y Rosy Rodríguez, dos valientes gitanas surgidas de la nada, que lo dan todo. Uno no puede evitar temer que queden marcadas entre los suyos por el mero hecho de haber interpretado a dos chicas que se quieren. Echevarría opta por desaparecer como realizadora, limitándose a observar sus gestos y miradas, el baile de su asimétrico acercamiento (una sabe lo que siente, la otra todavía lo tiene que descubrir), y ofrece un film no demasiado ambicioso en lo formal, pero con al menos un par de secuencias muy memorables: la metafórica lección de natación en la piscina vacía y el momento en el que una viste a la otra después de. Ellas son las reinas de la fiesta, aunque la madre de Carmen tampoco se queda corta. Transmite la autenticidad de un mundo gitano que se ha querido reflejar atendiendo sobre todo a sus ritos y creencias, y al apretujado corsé moral que se deriva de ellas.

    Si se acepta cine lésbico como género, la propuesta quedaría a medio camino entre sus dos puntales. Tiene la luz mediterránea de La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013), aunque carece de sus agotadoras coreografías sexuales, porque a Echevarría no le interesa tanto el sexo como lo que ocurre a continuación. Y recuerda a Carol (Todd Haynes, 2015) por el pudor con el que muestra el amor, que brilla en las miradas, y el carácter prohibido de su pasión en una sociedad que no lo tolera, aunque está en las antípodas del sofisticadísimo dispositivo del americano. Carmen y Lola no aspira medirse con estas dos obras maestras, que juegan en otra liga, pero ya ha hecho historia en muchos sentidos, empezando por llevar a Cannes la ruptura de un tabú que ya venía siendo hora que se pusiera sobre la mesa. Una pequeña gran película, humilde y honesta, que pide libertad sin tener que gritar, con desarmante dulzura.

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