El cine francés siempre ha sido, de algún modo, tan musical como el de Hollywood. Ya en los años 50, los críticos de la revista Cahiers du Cinéma admiraban a Vincente Minnelli y Stanley Donen, apostaban fuerte por películas como Melodías de Broadway 1955 o , al tiempo que Jean Renoir realizaba French Can Can. En la década siguiente, Jacques Demy revolucionaba el género con Los paraguas de Cherburgo y Las señoritas de Rochefort, que a su vez enlazaban con la tradición del cine americano: en la última de las mencionadas, por ejemplo, aparecía . Hasta Alain Resnais, ya en los 90, se atrevió a pisar el territorio de los diálogos cantados, en lugar de hablados, con On connaît la chanson, y el mismísimo Jacques Rivette demostraba que el suyo era un cine coreográfico, que siempre lo había sido, al realizar Alto, bajo, frágil. Ya en el siglo XXI, la tradición continuó con , que llevó su estilo a
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