Presentada a competición en el último Festival de Venecia -en nuestro país se pudo ver en Sitges-, la nueva película del director británico (Dorset, UK, 1974), , es un nuevo salto hacia adelante en una carrera que nunca ha dejado ni de sorprendernos ni de divertirnos. Su filmografía, ávida en cruzar la risa a través del fantástico -su afamada “trilogía del Cornetto”: (2004), (2007), (2013)-, la comedia romántica en su vertiente más pulp - (2010)- y el cine negro -(2017)-, tiene un espíritu lúdico indómito que no reniega de una puesta en escena que, con el paso de los años, se ha ido volviendo cada vez más depurada y exquisita. Valga como ejemplo cum laude Baby Driver, cuya imagen arquitectónica, plenamente integrada en la narrativa, confiere aires de puesta en escena de musical clásico a un relato de gángsters a la vieja usanza: un posmodernismo -a lo Boyle, a lo Black, a lo Tarantino
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