Hubo un tiempo en el que cada película de se esperaba, largamente, como la llegada del Mesías. La Palma de Oro a, sin embargo, empezó a dividir a su audiencia de incondicionales seguidores, y sus siguientes películas, que se sucedieron en el tiempo a una velocidad inusitada – (2012), (2015) y (2017), acompañadas de trabajos de diversos formatos– tuvieron una recepción crítica que, cuando menos, se alejaba de la reverencia absoluta. Todavía esquivo y alérgico a las comparecencias públicas, Malick no es ya sin embargo aquel inalcanzable Dios de antaño, aunque él parezca justamente convencido de lo contrario.
En el pasado Festival de Cannes, sorprendió, para mal, presentando a concurso una hagiografía en toda regla, como aquellas vidas ejemplares que tocaba leer antes de la Primera Comunión, y que nos sumían en un contradictorio tedio: por un lado, había una historia a la que agarrar
Leer crítica